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  • Javier Cadena Cárdenas

Avándaro: una crónica muy personal




Como aún faltaban varios años para que entrara en servicio la Central de Autobuses de Observatorio en la Ciudad de México, el camión que Fernando Palacios Bazán y yo abordamos la tarde del 10 de septiembre de 1971 salió de una pequeña terminal ubicada en el barrio de La Merced con destino a Valle de Bravo, Estado de México, con una parada especial en un club de golf, ya que los días 11 y 12 del mismo mes, ahí se llevaría a cabo el “Festival de Rock y Ruedas de Avándaro”.


Dicho transporte iba repleto de jóvenes un poco mayores que nosotros dos, quienes teníamos 15 años, apenas terminada la secundaria, pero ya habíamos visitado los hoyos fonqui y escuchado en vivo a los grupos de rock de moda underground, así como asistido a la preparatoria 9 de la UNAM, que quedaba cerca de donde vivíamos en ese entonces, para ser testigos de las tocadas organizadas por los estudiantes.


Y en una de ellas nos enteramos del festival, y entonces emprendimos la tarea de convencer a nuestros padres para que nos dejaran ir y nos dieran lo del boleto –entrada general $25.00 pesos, decía el poster de la propaganda-, lo del pasaje de ida y vuelta, y lo de nuestros alimentos. Los convencimos, y ahí estábamos arriba ya de ese camión, en el cual iban muchos de los que luego en una famosa canción Alejandro Lora calificaría como “soy un chavo de onda y me pasa el rock and roll”.



No recuerdo cuántas horas duró el trayecto, pero había mucho tráfico y el camión nos dejó algo retirado del lugar, en donde ya estaba montado el escenario, y por llegar antes tuvimos oportunidad de ubicarnos muy cerca del mismo, es más, esa noche dormimos debajo de él.


Amaneció el 11 y el ambiente ya era de fiesta, de libertad, y el lugar se fue llenando poco a poco, hasta alcanzar la cifra de 250 mil jóvenes, hecho que hizo decir a Luis de Llano Macedo, principal organizador y promotor del festival, que


“el número de personas que acudieron a Avándaro, superó nuestras expectativas” ya que “nuestro estimado de llevar hasta el festival de Avándaro era de hasta 5,000 fanáticos”

(De Llano Macedo, Luis. “Expedientes POP”. Editorial Planeta. México, 2016, páginas 110-111).


Foto: Pedro Meyer



Por su parte, la investigadora Katia Escalante Monroy en el apartado “¿Quiénes fueron a Avándaro?” de su texto “Avándaro y las juventudes en México. Miradas múltiples en torno a un festival”, escribe:


“Sobre la composición del auditorio, en los documentos se reporta la presencia de un 5% de “auténticos hippies”, 9% eran mexicanos, 20% de melómanos que iban por la música exclusivamente, (la mayoría estudiantes universitarios, y un porcentaje de juniors). El 1% de estudiosos y observadores con fines científicos, 10% de lumpen, definido como “gente sin oficio ni ocupación productiva”;

y el resto es descrito como una masa de curiosos. En otro momento se habla de una pequeña parte de jóvenes de familias acomodadas y de una mayoría que correspondía a la clase media; se menciona también la ausencia de jóvenes obreros y campesinos, así como de algunos adultos y familias completas. También reportan la presencia de grupos místico-religiosos que repartían folletos y establecían comunicación con el público. Sobre la edad se establece que el promedio de los asistentes era de 22 años con un mínimo de 17 y un máximo de 25, y que del 85 al 90% eran hombres”



Jesús Pavlo Tenorio


Pero es el escritor José Agustín quien sintetiza muy bien este punto:


“La gente llegó en proporciones inimaginables; eran jóvenes de todas las clases sociales, especialmente de la capital, congregados por la misma necesidad dionisiaca, listos para el inmenso recreo que sería el festival”

(José Agustín. “Tragicomedia mexicana 2. La vida en México de 1970 a 1982”. Editorial Planeta. Primera Edición. México, 1992, página 31).


Y el 11 de septiembre, entonces, la música fue lo que prevaleció, fue la única parte del programa que se cumplió ya que no se llevó a cabo la carrera de autos programada para el 12, pero esto a nadie nos importó ya que me atrevo a decir que a la mayoría de los asistentes lo único que nos interesaba era ver y escuchar a los músicos y grupos y cantantes que nos gustaban, y es que el poder disfrutar en vivo a los Dug Dug´s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki, El Amor, Tinta Blanca y al Three Souls in my Mind, resultaba prometedor, en verdad una experiencia alucinante.



El programa decía que los grupos tocarían a partir de las siete de la noche del 11, como velada previa a la carrera programada para el siguiente día, pero antes de que aparecieran en escena los músicos anunciados, se presentó el Taller de Teatro de la Facultad de Arquitectura de la UNAM con la ópera rock Tommy, original del grupo inglés The Who, y se aventaron palomazos algunos grupos que habían ido como público: Soul Masters, Stone Facade, Zafiro y La Ley de Herodes, entre otros más.


Y de repente hizo su arribo la ansiada noche del 11 de septiembre de 1971, y con ella los grupos programados, no sin sus bemoles técnicos y de otra índole: la lluvia abundante y constante; la luz intermitente, y cuando tocaba El Ritual, hasta se fue; los coros de “mariiiii, marihuana” con Peace and Love; el grito de “chingue a su madre el que no cante” de Ricardo Ochoa; el desnudo de la joven regiomontana Alma Rosa González, que pasaría a la historia como la famosa “encuerada de Avándaro”, quien en entrevista esta joven de 16 años le diría al escritor Jesús Luis Benítez “El Búnker”:

“No me dejé ni pantaleta ni nada, toda me desnudé”


y demás anécdotas que provocarían que dejara de transmitirse en vivo por radio, y que a partir del mismo instante en que se realizaba fuera calificado y estigmatizado de diversas formas.



La investigadora Katia Escalante Monroy, en su texto antes citado, recopila los titulares de las noticias aparecidas en los periódicos tanto del 11 como del 12 de septiembre: “Congestiona a Avándaro el festival de rock”; “No existe control en Avándaro, tambalea el evento automovilístico”; “Piden tropas federales y policía del DF para que haya orden en Avándaro”; “Nudismo y mariguana” (todas en Excélsior); “Detenidos y corre sangre” (El Sol de México); “Festival de drogas”, “En Avándaro” (El Universal); “Florecimiento del vicio” (Últimas Noticias); “Orgía de la decadencia” (El Día).

Pero eso a los asistentes no nos importaba, ahí casi todos estábamos felices escuchando las voces de Mayita Campos –Los Yaki-, de Marisela –Tequila-, de Kiko Rodríguez –Bandido-, de Alejandro Lora –Three Souls in my Mind-, entre muchos otros.



No nos importaba lo que estarían diciendo más allá de las fronteras del festival, ahí si algo nos inquietaba eran las ausencias de Javier Bátiz, de su inseparable Baby Bátiz, de Love Army y su carismático cantante “El Pájaro” Alberto con su “Caminata Cerebral”, y de La Revolución de Emiliano Zapata con su famosísima “Nasty Sex”.


Pero a decir verdad, a la distancia de medio siglo sólo se puede decir que con su ausencia ellos fueron quienes salieron perdiendo. Por cierto, Armando Molina, coordinador musical del festival y quien hizo la programación del mismo, en su texto “Lo que no se dijo y lo que no se había dicho de Avándaro”, cuenta que el presupuesto para los grupos era de 40 mil pesos, y que originalmente estaba pensado contratar a Javier Bátiz y a La Revolución de Emiliano Zapata, pero el primero no quiso y los segundos no pudieron, por lo que se decidió dividirlo a tres mil pesos por grupo y entonces contrataron a los once que participaron



Amaneció el 12 con la presencia del Three Souls in my Mind en el escenario, y a partir de ahí a preparar la partida, el regreso a casa, pero cómo lo haremos nos preguntamos Fernando Palacios y yo, y creo que con nosotros también se lo cuestionaron los 250 mil asistentes, y es que todo era gente y más gente, casi todos jóvenes y más jóvenes, por lo que tuvimos que caminar cerca de siete kilómetros para abordar los autobuses escolares que el gobierno federal envió para regresarnos a la Ciudad de México.



Y entonces la tarde noche de ese mismo domingo 12 esos asistentes al festival llegamos a nuestras casas y, al menos yo, enfrenté una realidad que no era muy real que digamos, y es que mis familiares y amigos que sabían que había acudido a Avándaro, me abordaron para decirme que era muy bueno que no me pasó nada, que cómo se me había ocurrido asistir a una orgía de sexo y drogas, y muchas cosas más, mismas que con el pasar del tiempo me hacen sonreír y me provocan asombro, alegría y nostalgia, pero que en aquellos instantes me desconcertaron porque me planteaban una situación alejada a la que yo viví, experimenté, y aclaro que yo porque Fernando Palacios a la fecha, medio siglo después, dice que padeció más que disfrutó ese par de días en Avándaro.


Y el lunes 13 de septiembre de 1971, los periódicos amanecieron con noticias manipuladoras hacia el festival, a tal grado que Luis de Llano Macedo en sus memorias arriba mencionadas, anota:


“Cuando regresé con las cintas en la mano, me estaban esperando mi padre (Luis de Llano Palmer) y el señor Azcárraga. Emilio Azcárraga al principio estuvo de acuerdo con la realización del evento, pero al verme dijo con ojos flamígeros: ‘¡Qué demonios hiciste!’. Con cara de espanto contesté: ‘Yo, nada, ¿por qué?’, y me respondió: ‘¡Mira nada más los encabezados de los periódicos: drogas, sexo, una bacanal!” (P. 117).

Pero los periódicos no fueron las únicas voces que se dejaron escuchar para calificar al festival, y Beto Cronopio y Héctor Gómez Vargas en su texto “Cuando la Historia nos alcance: Pequeña reseña del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, 49 años después”, reproducen algunas de entre las cuales sobresale la de Fidel Velázquez, líder de los obreros del PRI, quien expresó:


“No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre. El ‘Jipi’ no tiene la culpa, sino los organizadores o patrocinadores de dicho Festival, que no se detienen ni ante la explotación de los vicios de sus propios hijos; lo de Avándaro fue una bacanal de drogas, desenfreno y desahogo para el vicio”



Pero como diría el escritor José Agustín:


“El que no se midió fue Carlos Monsiváis, quien desde Essex, Inglaterra, envió una indignada carta al Excélsior:


´Las mismas gentes que no protestaron por el 10 de junio enloquecidas porque se creían gringos… si lo que nos une es el deseo de ser extranjeros, estamos viviendo en el aire. ¿Qué es la Nación de Avándaro? Grupos que cantan, en un idioma que no es el suyo, canciones inocuas… Pelo largo y astrología, pero no lecturas y confrontación crítica… Es uno de los grandes momentos del colonialismo mental en el Tercer Mundo’”

(citado por Fernando Figueroa en “Avándaro según tres Monsiváis”) https://archivo.eluniversal.com.mx/cultura/66353.html).


Es decir, Monsiváis desde Inglaterra nos calificó como “gringos” que cantábamos “en un idioma que no es el” nuestro, aunque, no se nos olvide, hoy en día saber inglés es fundamental para estudiar y trabajar. Así de simple. Pero, además, lo sintomático de la epístola de Monsiváis, hay que decirlo, es que la escribió en Inglaterra, lugar de origen del idioma que no era de nosotros los asistentes a Avándaro, país de los más grandes grupos de rock, y nación que ha protagonizado bochornosos e indignantes momentos de colonialismo no sólo mental a nivel mundial.


Pero siendo justos con Monsiváis, habría que recordar que luego se arrepintió del contenido de esta carta, misma que por cierto la había escrito no para ser publicada sino como correspondencia personal con el caricaturista Abel Quesada, quien, sin avisarle a su remitente, la entregó al periódico para su publicación.


Así, y como lo recuerda Fernando Figueroa en el escrito arriba mencionado, Monsiváis escribe el texto “El bajo clima del moralismo” dirigido al mismo Abel Quesada y publicado en la revista Siempre!, en donde de manera ingeniosa e irónica se refuta a sí mismo con frases contundentes:


“Nada, en el nuestro o en cualquier país, puede superar la trascendencia del asesinato impune con fines políticos, perpetrado por un grupo de gánsteres contra una manifestación pacífica”;

”Gran parte de las opiniones de CM sobre Avándaro se adhieren a la órbita de la moralina de los defensores típicos de la pureza (sea ésta la que fuere) y, por lo menos, lo hacen cómplice de un espíritu no muy lejano a la militancia del PARM o del PPS”;

“Lo pierde su afición a las frases absolutas”; y finaliza su texto diciendo que ojala CM “tenga suficiente sentido del humor para asimilar el golpe y abstenerse en el futuro de lanzar admoniciones, camino que desemboca en el púlpito, en las peñas de provincia o en la senilidad”.

Pero Monsiváis no se abstuvo de referirse “en el futuro” a Avándaro, pero lo hizo en sentido contrario, tal como lo recuerda Fernando Figueroa cuando trae a colación esta cita tomada del libro “Amor Perdido”:


“Descríbase telegráficamente el Festival de Avándaro. La gran ilusión. Stop. La mejor y la peor experiencia. Stop. La frustración y el cansancio. Stop. La liberación al mayoreo. Stop. Las penosas caravanas. Stop. Una aventura comunitaria que cree habitar la dichosa anarquía del porvenir”.

Carlos Monsiváis



Y aunque Monsiváis se retractó del contenido de su primera carta, y años después, en 1997, publicaría ese tipo de telegrama mencionado en el párrafo anterior, hay que reconocer que por la importancia y trayectoria de Monsiváis, y como diría Rogelio Villarreal en su texto “El lado oscuro del buen Monsi…”: “El daño era irreparable” (https://revistareplicante.com/el-lado-oscuro-del-buen-monsi/).


“Era irreparable”, afirma Villarreal, y claro que lo fue pero no sólo por lo dicho por Monsiváis, sino por todas las reacciones en contra de Avándaro y de los jóvenes, o como bien lo escribió José Agustín:


“Si se permitió el festival para medir la fuerza de la contracultura en nuestro país, los resultados no gustaron a nadie, y el sistema se cerró más que nunca para impedir que prosperaran los movimientos contraculturales” (P. 34).

José Agustín



Tan se cerró que desde aquel tiempo no se ha vuelto a realizar otro festival de esa magnitud. Sí han existido conciertos y se han presentado en nuestro país grandes e importantes grupos de rock, pero las autoridades no han permitido otro festival como el de Avándaro, otra concentración de jóvenes que sin lugar a dudas conformarían su propia “nación”, tal como Monsiváis denominó a Avándaro, con sus propias reglas de comportamiento, y nos asusten a los adultos, a aquellos muchachos de antes, de hace cincuenta años.


Y aunque el mismo Luis de Llano Macedo presuma que


“ninguno de los 250 mil fanáticos exhibió ni por error, una pancarta con lema político” (P. 113).

Y esto, vale reconocerlo, sí fue algo que faltó en el “Festival de Rock y Ruedas de Avándaro”, máxime que apenas habían transcurrido escasos tres meses del deplorable, indignante y a todas luces condenable “halconazo” del 10 de junio de 1971.



Aunque, a decir verdad, es bueno traer a colación las palabras que Beto Cronopio y Héctor Gómez Vargas, consignan en su texto mencionado párrafos anteriores, y que en su momento Jacobo Zabludovsky expresó sobre Avándaro:


“No se entiende Avándaro sin 1968, sin el 10 de junio. No se entiende la juventud de 1971 sin la pasión de estos tres años y sin la experiencia que nos ha dado”.

Integrantes de 'Los Halcones' llevaban palos para atacar a los manifestantes (UNAM)



Y sí, en serio no se entiende sin esos dos hechos históricos que le antecedieron y que nos marcaron como país. O como dijo José Agustín:


“Avándaro unió a México en su contra. Funcionarios, empresarios, comerciantes, profesionistas, asociaciones civiles y medios de difusión, además de las izquierdas y los intelectuales, condenaron a los chavos que compartieron la noche de su vida” (P. 34).

Y se unieron, pero no en contra de Avándaro, sino en contra de los jóvenes, tal como lo habían hecho el 2 de octubre de 1968, y el 10 de junio de 1971. O sea, la juventud como el enemigo público número uno del país.

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