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  • Dra. Elisa G. Cuevas Landero

Auto estima e identidad cultural. Una relectura de América como conciencia


A 65 años de haber sido publicado el libro América como conciencia del Dr. Leopoldo Zea Aguilar, se impone una relectura de dicha obra, ya que nos conduce a reflexionar sobre la necesidad de afirmar nuestra identidad cultural frente a los procesos globalizadores y de extraneidad que hoy vive nuestro Continente.(1)

[1] Este texto es resultado de una conferencia dictada en un congreso que tuvo verificativo en la Ciudad de La Habana y se publica tal cual. El objetivo es recordar un libro publicado hace 65 años por uno de nuestros filósofos clásicos, el Dr. Leopoldo Zea, para mostrar cuán vigentes son sus tesis acerca de nuestra identidad cultural.

Si habláramos en términos pictóricos diríamos de la obra en cuestión, que estamos ante un fresco que al plasmar con tal realismo nuestra esencia latinoamericana, pareciera no mediar espacio ni tiempo entre el momento en que fue pintado y la contemporaneidad. Queda ahí trazada pues, nuestra identidad como continente. Donde el experto del pincel bosqueja al mismo tiempo un esperanzador futuro que nos augura nuestra confirmación como cultura universal; por lo tanto, hay que contemplar con ojos de presente dicho fresco.

Tal vez ustedes se pregunten qué relación existe entre los términos de identidad cultural y de self esteem, que encabeza el título de esta disertación y la obra del Dr. Leopoldo Zea. De momento pareciera no haber nexo. Pero ya iré mostrando durante esta disertación cómo los procesos de self esteem (que de aquí en adelante llamaré auto estima) y de identidad cultural –que han dejado de ser objetos de estudio casi exclusivos de psicólogos, psicoanalistas, sociólogos, o antropólogos- tienen absoluta relación con la citada obra, aún cuando en ella no se mencionen siquiera los conceptos de auto estima o de identidad cultural como tales.

Es de trascendencia leer y traer a este momento las reflexiones del doctor Leopoldo Zea, por cuanto nos permiten repensar el pasado para encontrar las raíces del porvenir, como dijera en el siglo XIX el historiador Anselmo de la Portilla. Así que acerquémonos a las tesis centrales de América como conciencia e intentemos una relectura a partir de los conceptos que propongo y que, brevemente, trato a continuación.

Hablar de auto estima y de identidad cultural es hacerlo del sujeto personal –tal y como lo conceptúa Alain Touraine en una de sus obras: Igualdad y diversidad. Las nuevas tareas de la democracia (2000). El sujeto personal es aquel que aspira a ser autor de su propia existencia, contra la lógica civil e histórica que se le muestra cada vez más destructiva de su libertad e incluso de su identidad. Justamente la idea democrática más allá de los marcos de la filosofía liberal o neoliberal, hoy se alimenta de la defensa a la existencia de las identidades personales y culturales.

El sujeto personal aspira a ser autor de su propia existencia, aspira como diría Antonio Gramsci, a ser por, sobre todo, organización, disciplina del propio yo interior; y de la cultura que le es propia. La identidad cultural conduce a la toma de posesión de la propia personalidad, porque es conquista de una conciencia superior, por la cual se llega a comprender el propio valor histórico, la propia función en la vida social, los propios deberes y derechos.

Conocerse a sí mismo quiere decir ser sí mismo, ser dueño de sí mismo, distinguirse, salir fuera del caos, ser un elemento de orden, pero del propio orden y de la propia disciplina. Es tomar posesión de la propia conciencia, del Yo individual, pero también, de la propia identidad cultural, del Yo colectivo (Cuadernos de la Cárcel; 1975; 8).

La idea democrática tan debatida en estos momentos se alimenta, precisamente, de la defensa a la existencia de las identidades personales y culturales porque en un mundo dominado por intereses comerciales que avasallan el terreno de la cultura y la personalidad y ya no sólo el mundo de los bienes materiales y los servicios, dicha idea tiene que ser recuperada para fortalecer nuestras identidades.

Pero qué podemos entender por auto estima, o llamémosle self esteem, para diferenciar al concepto del uso casi exclusivo que han hecho de él otros campos del conocimiento o, aún peor, el mercado editorial, para el cual auto estima y “superación personal” son casi la misma cosa.

El término deriva etimológicamente de auto, que significa propio o por uno mismo, y del verbo estimar, de donde proviene estima y significa consideración y aprecio que se hace de una persona o cosa por su calidad y circunstancia. Vale decir que el self esteem conduce al individuo a considerar o apreciar su persona. Auto estima –en términos estrictamente etimológicos- se refiere entonces a la capacidad que tiene uno mismo de apreciar lo propio, lo que es uno en sí mismo.

Obviamente que sobre este término tan en boga existen incontables interpretaciones. Pues lo mismo escucha uno el término en el medio esotérico, en el mundo de las predicciones astrales, y en el de los libros pseudo psicoanalíticos del “tú puedes sanar tu vida”, “el poder está dentro de ti”, que en el mundo de las ciencias sociales, donde se está reconsiderando esta construcción conceptual para explicar fenómenos que competen tanto al individuo personal como a las identidades culturales. (Por cierto, que las frases entrecomilladas corresponden a dos títulos de libros de bastante éxito comercial de una autora norteamericana).

El término auto estima ha sido tan -válgase la expresión- manoseado, casi como si fuera una moneda de uso corriente; y se ha desgastado tanto, como las monedas mismas lo hacen al pasar de mano en mano; y tan es así que en ocasiones ya resulta imposible identificar su cuño original con su apariencia. Por ello es que algunos escritores –como Alain Touraine- prefieren llamarle self esteem-, para diferenciarlo del tratamiento incluso mediático que se le da al término.

Llamarle de una u otra forma a dicho concepto no resuelve el asunto, por lo que sugiero quedarnos con su definición etimológica y relacionarla con la definición de identidad cultural, en el sentido de valoración de lo propio, para poder adentrarnos a la relectura de América como conciencia.

Les propongo que tratemos de guiarnos por la idea de que la auto estima y la identidad cultural constituyen ambos un mismo proceso que se gesta en cada comunidad a la vez que lo hace en cada sujeto individual y nos conducen a valorar, afirmar y proteger lo que somos, lo que nos identifica y nos hace únicos y diferentes.

En América, por ejemplo, a nivel histórico podemos encontrar que desde el siglo XIX y hasta el presente, ha existido la preocupación de notables latinoamericanos por fortalecer el aprecio hacia nosotros mismos, por forjar de manera auténtica nuestra identidad cultural y, diría yo, por fortalecer el self esteem del sujeto personal y democrático que pugna por la construcción de una patria fuerte.

Hay quienes han entregado su vida a la defensa constante de nuestras producciones, de nuestra autodeterminación, de nuestra integración, de nuestra identidad cultural latinoamericana... Baste citar los nombres de Simón Bolívar, Francisco Bilbao, José Martí, Justo Arosemena, César Augusto Sandino, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, y el propio Dr. Leopoldo Zea, –por sólo citar a unos cuantos personajes-, para saber que tales hombres se han propuesto en términos de Bilbao: “Unificar el pensamiento, unificar el corazón, unificar la voluntad de la América”, frente a las garras cada vez más extendidas de los Estados Unidos (ZEA; Simón bolívar. Integración en la libertad; 105).

La propia Cuba y los cubanos, nuestros valientes hermanos cubanos, son un ejemplo de lucha incansable por defender nuestra identidad latinoamericana y caribeña.

En la obra América como conciencia de Don Leopoldo Zea, por supuesto el término self esteem no se menciona ni una sola vez, sin embargo, encuentro que su contenido está expresado en absolutamente todo el libro. A mi parecer la relectura de dicho libro hoy día nos conduce a destacar los siguientes elementos, que tienen que ver con nuestra auto estima como sujetos personales y con nuestra identidad cultural como miembros de la comunidad latinoamericana. Son 15 las reflexiones que considero deben ser hechas a propósito de la relectura y nuevo análisis de la obra. Las enumero a continuación y paso a comentarlas posteriormente.

  1. La primera gran aserción de don Leopoldo es que los americanos hacemos filosofía para imitar los modelos universales, pero no hacemos auténtica filosofía.

  2. La segunda aseveración contundente es que hemos sido reflejo de vidas ajenas.

  3. La tercera es que Hispanoamérica debe revalorizar lo propio.

  4. América debe negar –en términos dialécticos-, su pasado para crear su conciencia histórica.

  5. Sólo reconociéndose se puede crear una conciencia histórica.

  6. "A partir de este reconocimiento será posible una labor creadora plena y consciente" y América podrá superar sus complejos para así ser libre e innovadora.

  7. La cultura de América ha sido eco y sombra de la europea [y agregaría yo, de la norteamericana].

  8. Pero si las creencias y modos de pensar son herencia europea ¿por qué los sentimos ajenos? Porque los americanos nos consideramos hijos bastardos.

  9. La afirmación de nuestra identidad estaría en sabernos americanos. Pero es precisamente lo que estamos empeñados en no reconocer.

  10. Nos hemos resistido a asimilar la cultura europea y a reconocer lo que auténticamente somos. Ni 100% europeos, ni 100% ajenos a la cultura europea. Aceptar la valiosa herencia europea es llegar a la mayoría de edad (como proponía don Alfonso Reyes).

  11. La toma de conciencia de América debe significar convivencia, complicidad, participación.

  12. América ya no puede ser negada como parte de la humanidad, como lo hicieron los europeos.

  13. La completa libertad sólo puede alcanzarse en América.

  14. La relación entre la América sajona y la ibérica debe ser de compenetración. Sólo así podrá crearse la cultura y filosofía americanas.

  15. La responsabilidad de los americanos al construir su conciencia histórica es la de reconocerse a sí mismos, admitiendo lo que son y lo que fueron.

Como se darán cuenta en estos quince puntos en que he comprimido las profundas reflexiones del doctor Zea, a riesgo de ser escueta y quizá hasta reduccionista, no se mencionan siquiera los dos términos centrales que nos ocupan, sin embargo, se refleja la gran preocupación por revalorizar lo que somos.

La primera gran aserción de don Leopoldo acerca de que los americanos hacemos filosofía para imitar los modelos universales, y que aun en la imitación somos originales, es una idea que se sostiene por sí sola. Es vital que reconozcamos nuestra originalidad, nuestra particularidad cultural, pues ésta es precisamente la que nos hace universales.

Aunque hoy es necesario repensar y redefinir qué entendemos por universal. El universalismo ya no debe ser entendido como el modelo que determina cuáles son los valores que nos unifican a todos. Pues sobre esa unidad de valores se construye la desigualdad y la discriminación –en tanto que algunos pueblos, comunidades, Estados, sociedades o individuos, no se sujetan al modelo de valores que, suponen universal, ya sea la propia Europa, o los Estados Unidos.

Y más Estados Unidos, cuyas élites dominantes tratan de someter al mundo imponiendo un modelo único de Estado democrático y de valores políticos, éticos, estéticos, religiosos, etc. Volviendo la particularidad de lo que dichas élites son, en generalidad; y aún más, convirtiendo lo público en privado y único.

Me explico. Imponen su “modelo” de lo que tiene que ser un político; al cual ya no conciben en su sentido amplio como hombre de Estado, sino como simple técnico administrativo. Hacen prevalecer la idea de que el medio de comunicación por excelencia es la televisión. Que la información es la que se transmite a través de los medios electrónicos, periódicos y revistas tendenciosos.

Y las elites norteamericanas se ocupan no sólo de la difusión de estas ideas, sino que truecan a los procesos mercadotécnicos en procesos de moderna dominación, que transforman al individuo en consumidor pasivo que recibe indicaciones acerca de qué comprar, por quién votar, qué pensar y hasta qué sentir; y para eso hay gurús que a través de la TV muestran con los reality shows cómo hay que conducirse o dejar de hacerlo; o a través de la literatura chatarra cómo hay que vestirse, hacer el amor, etc., y ya con todo ello junto, ejercer tal poder sobre el individuo, pero también sobre comunidades o aun sociedades completas, que conduce a la obtención de la respuesta a todo aquello que las elites demandan del mundo entero.

Piénsese en el refresco de cola, en los jeans o en los tenis de cierta marca: ¿no son símbolos de la aspiración a imponer un modelo universal para uniformarnos a todos en el más amplio sentido de este término? Yo digo que sí por ello se hace indispensable repensar también el término <<universal>>.

Hoy lo universal no es lo que acabamos de describir: el modelo que ciertos grupos dominantes imponen como lo válido, lo certero, lo moral, lo estético. La universalidad hoy está relacionada con lo que he venido mencionando: la existencia del sujeto y la comprensión del mismo en su individuación.

Aunque claro no desposeído de contenido social; “el Sujeto personal puede recibir un contenido social concreto para volverse principio de organización democrática de la vida social así como principio de formación de una acción colectiva.” (Touraine;2000;70).

Los movimientos sociales y de acción democrática que incrementan o liberan la capacidad de acción de las mayorías en cuanto sujetos que asocian en la vida cotidiana, en las acciones concretas, la actividad económica modernizadora a su propia identidad y tradiciones culturales, están defendiendo su derecho a la universalidad auténtica, es decir están importando sólo aquello que del ambiente exógeno conviene a sus particularidades y no a contrario sensu.

La defensa de lo particular, del sujeto personal, no tiene que ver con el individualismo neoliberal que requiere del sujeto desarraigado para coronar su éxito hegemónico.

La defensa de lo propio, de nuestras producciones artísticas, literarias, filosóficas, sociológicas, arquitectónicas, ingenieriles, históricas, y aquí le corto pues la lista es larga, es una lucha que hay que dar para hacer de nuestra particularidad, de nuestra auto estima, de nuestra identidad cultural, nuestros únicos valores universales.

En la defensa del sujeto personal está la defensa de lo que somos, de nuestra identidad cultural que nos arropa.

Estoy de acuerdo con don Leopoldo al sostener que la auténtica filosofía lleva a la reflexión sobre sí mismo y a la solución de los propios problemas. Con tal reflexión está poniendo en el centro del debate nuestra definición y defensa como pueblos con una historia y una identidad cultural que nos hace diferentes a los demás, y tan universales como los otros; pese a la imitación en el campo no sólo de la filosofía, sino, agregaría yo, en el de la sociología, la ciencia política o la administración pública (ésta con pésimos resultados para las políticas públicas de nuestros Estados durante los años noventa).

Los latinoamericanos tenemos la obligación de pensarnos dentro de nuestras propias necesidades y problemas, no podemos ser sí mismos y no defender nuestro derecho a ser universales. Nuestra auto estima como mexicanos, colombianos, uruguayos, cubanos, etc. tiene como referente nuestra concreción, nuestra diferencia y diversidad, aunque también lo que nos permite identificarnos como pueblos hermanos con una identidad cultural que nos hace diferentes pero iguales.

La calidad de igualdad la entiendo en el sentido de respeto a la diversidad. Somos iguales en tanto que respetamos nuestras diferencias. No entiendo al concepto de igualdad como proceso de homologación. La igualdad la entiendo como respeto por la diversidad, por la diferencia.

Para mí somos iguales porque somos diferentes en lo individual, pero también en el sentido de las identidades culturales: son igualmente universales, si admitimos que son diversas, diferentes, y en dicho sentido, PARTICULARES, ÚNICAS, UNIVERSALES. Tienen manifestaciones diferentes igualmente válidas que las que han servido de parámetro hasta hoy para señalar qué debía ser entendido por cultura universal, historia universal, arte universal...

Por esto es que nuestra historia presente ha de forjarse en sus propios moldes, alcanzar la mayoría de edad a la que hacía alusión don Alfonso Reyes. Tenemos que dejar de ser sombra de un cuerpo que no es el nuestro. Hispanoamérica, como nos enseña don Leopoldo, debe revalorizar lo propio, esto es, saberse poseedor de un cuerpo que refleja su propia sombra: en la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, la ingeniería y en todos aquellos campos en los que hemos proyectado nuestra identidad cultural y auto estima.

Diría yo trayendo a la memoria a los ilustrados del siglo XIX mexicano (José María Tornel, Mariano Otero, Lucas Alamán, Vicente Guerrero...): tenemos que revalorizar a nuestros pensadores clásicos, entendiendo por ellos no sólo a los mexicanos, argentinos, bolivianos, etc., sino a todos aquellos que en los llamados Nuevos Reinos de España y en Mesoamérica fueron imprimiendo en nuestra cultura peculiaridades salidas de su propio troquel cultural.

Recuperar las peculiaridades de nuestra cultura nos conduce a un estado de autoafirmación y libertad. Parafraseando a Don Leopoldo diría al respecto, lo siguiente: Al recobrar y valorar su propio ser, América puede constituirse universal. América debe negar su pasado para crear su conciencia histórica. Para ser, tiene que no ser, ya que no siendo es. Me explico.

Yo para ser, tengo que no pretender ser lo que no soy. Es común hoy ser lo que no se es. Por ejemplo, las adolescentes hacen todo lo posible por parecerse hoy a Justin Bieber, Katy Perry, Belinda -por citar sólo tres ejemplos-, con algún silicón, ropa, maquillaje, muchos medios materiales, pues éstos son indispensables para ser un clon casi perfecto-..., y ¡casi consiguen parecérsele!, y aunque ella@s se sientan tal, realmente no son ni Justin Bieber, ni Katy Perry ni Belinda. ¿Qué tendría que hacer la adolescente para ser, para tener estima por lo que es ella, en sí misma, y por su cultura? No ser, ya que no siendo sería.

Lo mismo pasa con América, para ser, tiene que no ser. Ya que no siendo es. Vale decir, debe salirse de la lógica universalista tal y como ha sido entendida hasta hoy, para no ser como el modelo impuesto; pues sólo no siendo (como el modelo), es.

Ello implica comprender el pasado, ya que revalorando el pasado fortalecemos nuestra auto estima. ¡Qué pueblo no se maravilla de lo que han sido y hecho quienes le antecedieron! Digo que fortalecemos nuestra auto estima porque comprender el pasado es, como sostiene el maestro Zea, comprender nuestro presente para poder ocupar la dimensión que nos corresponde en el conjunto de la Humanidad. Comprender es tener una clara idea de sí mismo.

Comprender significa entender a otro a partir de uno mismo. Sólo reconociéndose se puede crear una conciencia histórica, es decir, una identidad cultural. "A partir de este reconocimiento será posible una labor creadora plena y consciente” y América podrá superar sus complejos para así ser libre y creadora. Sólo entonces podrá comenzar su historia universal como sostenía José Ortega y Gasset.

Si consideramos que América no tiene ni cultura ni historia propias, porque las circunstancias la han obligado a vivir a la sombra de Europa [y, agrego yo, también de Estados Unidos] la tarea para América es entonces ardua (ZEA; 1953; 28-31)

En el presente, América está aprendiendo (así lo veo, aun cuando puede estar errada mi apreciación pues mi referente inmediato es México), que las condiciones de diálogo y tolerancia, de reconocimiento hacia nosotros mismos, es el nuevo zócalo sobre el cual hay que sostener nuestra identidad. Estamos aprendiendo que ya no sólo se trata de que dialoguemos con el otro, sino que lo reconozcamos como sujeto y de esta manera reconocerse a uno mismo como tal. Que seamos tolerantes con los demás para ser tolerados.

Este reconocimiento no se reduce a la relación interpersonal. Presupone condiciones institucionales sin las cuales el sujeto no podría ser constituido como tal. Es necesario forjar condiciones políticas y jurídicas que nos otorguen un reconocimiento institucional y sustancial del derecho de cada uno y del reconocimiento a los derechos de los demás. A partir de este reconocimiento será posible una labor creadora plena y consciente y América podrá superar sus complejos para así ser libre e innovadora.

Parte central de esos complejos lo constituye el hecho de sentirnos hijos bastardos (como acierta a señalar don Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad). Pues si las creencias y modos de pensar son herencia europea ¿por qué los sentimos ajenos? El error consiste en que América pretende adaptarse a culturas ajenas o en adaptar éstas a su ser y no intenta el proceso lógico y contrario: auto valorarse y saberse poseedor de una identidad cultural única y universal que no tiene por qué adoptar ni adaptarse a ninguna otra cultura.

La afirmación de nuestra identidad estaría en sabernos y reconocernos como americanos desde nuestro origen. Pero es precisamente lo que estamos empeñados en no reconocer. Negamos partes de nuestras etapas históricas.

Nos resistimos a ver a la cultura europea que anidó en América, como propia. No sentimos como parte nuestra, ni el período al que despectivamente llamamos periodo colonial. Los mexicanos no aceptamos, por ejemplo, que por posición geográfica de nuestro territorio somos parte de Norteamérica y renunciamos hasta a nuestra ubicación dejándole el nombre de norteamericanos a los estadounidenses exclusivamente.

Aceptar la valiosa herencia europea e incluso la anglosajona es un paso previo para vivir en complicidad y participación constante con los estadounidenses, que nos guste o no, con ellos “compartimos” el continente. Y sólo conseguiremos ser tolerados y respetados por ellos y lograremos una convivencia, como señala el Dr. Zea, incluso de complicidad, cuando nuestra identidad cultural y nuestra autoestima como América Latina y Caribe, se solidifique, reconociéndose a sí misma como única, diferente pero IGUAL a cualquier otra cultura.

Por ello es que nuestro maestro Don Leopoldo sostiene que la toma de conciencia de América debe significar convivencia, complicidad, participación, pues América ya no puede ser negada como parte de la humanidad, como lo hicieron los europeos; la relación entre la América sajona y la ibérica debe ser de compenetración. Y por ello con toda razón concluye don Leopoldo su libro, con una idea que yo dejo como última idea de esta disertación para ser repensada por todos nosotros hoy:

La responsabilidad de los americanos al construir su conciencia histórica es la de reconocerse a sí mismos, admitiendo lo que son y lo que fueron y, agrego yo –y con esto termino-: consolidando nuestra auto estima y nuestra identidad cultural en torno a aquellos valores y producciones que nos hacen únicos, diversos, pero iguales y universales.

Extraneidad (2) es un término de relativa reciente acuñación, que como objeto de estudio ha sido construido y abordado por distintas disciplinas. En la Alemania de los años 80 del siglo XX, empezó a ser estudiado por filósofos y lingüistas y luego ha sido investigado también por sociólogos y politólogos. Los temas principales a los que se relaciona el estudio sobre la extraneidad, son las formas, las apariencias y apreciaciones de lo extraño; la relación y la posible interdependencia entre lo propio y lo desconocido, las posibilidades y límites de entender y tolerar o hasta igualarse con lo extraño.

Es decir, que cuando hablo de los procesos globalizadores y de extraneidad que vive nuestro continente, me refiero a las situaciones nuevas que América Latina y el Caribe enfrentan hoy con respecto a los otros, a los países dominantes del mundo, y en especial a los Estados Unidos, frente a quienes están (Latinoamérica y el Caribe), defendiendo sus derechos fundamentales como son la igualdad y la defensa de la diversidad, pues en la diferencia auto afirmada está el reconocimiento que los unos pueden tener por la identidad y diversidad cultural y la auto estima de los otros.

[2] Es decir, que cuando hablo de los procesos globalizadores y de extraneidad que vive nuestro continente, me refiero a las situaciones nuevas que América Latina y el Caribe enfrentan hoy con respecto a los otros, a los países dominantes del mundo, y en especial a los Estados Unidos, frente a quienes están (Latinoamérica y el Caribe), defendiendo sus derechos fundamentales como son la igualdad y la defensa de la diversidad, pues en la diferencia auto afirmada está el reconocimiento que los unos pueden tener por la identidad y diversidad cultural y la auto estima de los otros.

 

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