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  • Citlali Hernández Castellanos

De paso


A lo lejos veo las luces de una camioneta y me emociono un poco, si es algún maestro que llega al pueblo o algún comerciante que me conoce va a levantarme y me ahorrará una buena parte del camino. Levanto la mano y grito: ¡Ray-ray!, pero no se para, sigue su camino, mis pocas esperanzas se han perdido, tendré que seguir caminando las dos horas que faltan a la comunidad.


Mientras sigo bajando el cerro, la llovizna va mojando cada vez más mis cabellos, recorre mi cara y moja mi ropa y mis zapatos. El dolor del pie derecho por el contacto directo de la suela, con mi aún no cicatrizada herida, se vuelve insoportable. Mi cojeo hace más difícil el camino y recuerdo lo que siempre dice mi padre, cada que los domingos preparo mi mochila y pongo mi machete a un lado, que tomo las tortillas que mamá prepara y las envuelvo en mi pequeña servilleta para llevarlas para el camino: “¿A qué vas muchacho? ¿pa’ que caminas cuatro horas? ¿pa’ que sufres frío, lluvia y peligro?


Deberías quedarte aquí, como lo hacemos todos, aquí se necesitan hombres pa’ cortar la leña, pa’ traer mazorca, pa’ acarrear el agua, pa’ eso estamos los hombres, pero ve pues, algún día te darás cuenta que ir a la escuela no sirve pa’ nada, que pa’ la gente como uno, esas cosas no sirven”.


Le doy muchas vueltas al asunto, ¿servirá o no ir al bachillerato? Pero mis pensamientos son interrumpidos por el hambre; saco una tortilla, me apresuraría a comerla para que no se mojara pero está ya tan fría y dura que prefiero que se humedezca, para suavizarla.


Casi llegando al pueblo pienso en la hora en que llegaré al albergue y me tiraré en la litera a dormir, estoy cansado no sólo del viaje, sino del trabajo que he tenido que desquitar en casa el fin de semana, por no estar el resto de los días.

Al entrar al pueblo veo a algunos profesores que ya llegaron a la comunidad y los saludo; me preguntan por qué vengo solo, por qué no viene conmigo el Chucho, yo les digo que él ya no va a venir, que ya jaló mujer y que se quedó en San Miguel a trabajar. – ¡Ya se amoló la cosa!- dice mi maestro de lengua materna, -uno menos-, remata. Y como siempre que algún compañero deja el BIC[1], me dice que no vaya a hacer lo mismo, que piense que hay otras cosas, que no hay otra manera de ayudar a mi familia que seguir estudiando, que aproveche el albergue, que aproveche el bachillerato. Yo aún no me decido si me quedaré o no, pero de lo que estoy seguro es que ya no iré a la universidad; no tengo dinero para ir a la capital y la nueva Universidad intercultural está muy lejos. Mis compañeros que se fueron el año pasado casi no vienen, nunca los veo por aquí, dicen que vienen en vacaciones pero como yo ya estoy en mi pueblo, ya no los veo.

Sigo mi camino y llego al albergue, ahí ya están algunos compañeros que vienen de otras comunidades, más lejos que yo o más cerca, pero todos venimos caminando. Hoy nadie tuvo la suerte de que alguien nos encontrara en el camino y nos trajera, dicen que es porque no hay paso en el camino principal, se derrumbó el cerro por las fuertes lluvias y que el camión que llega a las 8:00 de la noche al pueblo, se tuvo que regresar pa’ Oaxaca y que por eso muchos maestros no han llegado, tal vez mañana no tengamos la primera clase.

Mientras me quito la ropa mojada, pienso en que ojalá mis zapatos se sequen para mañana, porque si no, los tendré que llevar así a la escuela; saco las cosas de mi mochila y me percato que Jaime, el compañero de la cama de arriba, se soba la panza. Le pregunto qué le pasa y me dice que no ha comido nada, que su mamá no tuvo ni para el maíz y no le mandó nada, así que le ofrezco una de mis tortillas y rápidamente dice que sí.




[1] Bachillerato Integral Comunitario perteneciente al modelo educativo indígena en el Estado de Oaxaca.



Después llegan los compañeros de la otra litera, platicamos un rato y vamos a dormir. Luego de algunas horas, el frío me despierta. No tengo más cobijas y aunque puse doble la que tengo, no puedo dejar de temblar; siento cómo los huesos de mis piernas comienzan a doler, me encojo lo más que puedo y ni así el frio me dejar dormir, pienso en ir por mi chamarra pero recordé que está mojada del camino y tuve que quedarme así; siento que me congelo, que todos mi músculos se entumen y cada vez que el aire frío pasa por debajo de la puerta, recorre todo mi cuerpo y aumenta así el choque de mis dientes, no sé en qué momento me quedé dormido, pero cuando despierto a las 6:30, ya los compañeros están comenzando a cambiarse.


Me levanto y voy a orinar, por la neblina no puedo ver nada y tropiezo varias veces con las piedras y los troncos que hay camino al baño, bastante alejado del cuarto; de regreso me detengo en la llave de agua que me queda de paso y me pongo un poco de agua en las manos para humedecer mis cabellos, hubiera querido lavarme la cara y las manos como de costumbre, pero el agua está helada.


En el cuarto me pongo la playera del uniforme, los zapatos… ni modo, ¡se van húmedos! Ni para usar calcetines porque sólo tengo un par que uso para ocasiones especiales, como mañana que vendrá, si se abre el camino, el director general a inaugurar la sala de cómputo. Hace tiempo que vendría pero los problemas con la luz no habían dejado terminar la instalación; podemos quedarnos sin luz semanas enteras por el aire, la lluvia o cualquier falla que los de la comisión nunca componen, sino hasta varios días después.


Es ahí cuando me doy cuenta que de la herida de mi pie está saliendo pus, me corté con el machete el fin de semana pasado y como de costumbre, no le puse atención. Sanará sola, pienso.


Subo al bachillerato y veo que en el aula se encuentra el director, nos comunica que la profesora de química no ha llegado y que vamos a trabajar con él, eso me alegró un poco, teníamos examen y no había estudiado. No me llevo mis cuadernos a mi casa porque a veces llueve y se mojan o no tengo cuidado y se maltratan, además siempre hay mucho trabajo y no me da tiempo.

A las 9:30 subimos al comedor, hoy nos hicieron frijoles con un pedazo de carne y las típicas tortillas calientitas y café; comí tan rápido como pude, mis tripas chillaban de hambre desde que me desperté y ahora espero a que los demás terminen para poder recoger y lavar los trates, nosotros nos hacemos cargo del aseo de todo: los trastes, los cuartos, los baños, hacemos equipos y así nos vamos turnando.


Regresamos a las 10:00 a clases y a las 2:30 salimos, así que a las 3:00 nos sirven la comida. A veces nos da hambre antes y los que traen dinero pues van a las tiendas a comprar, pero hay otros que no tenemos y comemos lo que nos mandan nuestras mamás, si no es así, tenemos que esperarnos.


Yo después de la comida aseé el cuarto y me fui a dormir, me dolía el pie, y tenía mucho frío; cuando reaccioné eran las 8:00 de la noche, mis compañeros de cuarto ya estaban ahí, ya habían regresado de la cena en la cocina, me dijeron que las encargadas preguntaron por mí pero le dijeron que estaba durmiendo porque me sentía mal, y ellos dijeron que subirían a verme. Pero no había ido, me paré con la intención de bañarme pero sentí un fuerte dolor en la pierna; la herida estaba muy mal, además hacía frío y me tenía que bañar con agua helada, así que me quedé acostado otra vez y dormí.


Reaccioné como a las 2:00 de la madrugada, la pierna me dolía aún más y tenía fiebre, temblaba de nuevo (como la noche anterior) y no podía más, mis músculos de la pierna comenzaron a contraerse más y más, sentía como mi pierna se endurecía, perdía movilidad, era como un calambre pero de mucha mayor magnitud, traté de reincorporarme pero no pude más, comencé a gritar: ¡Me duele! ¡me duele! ¡ayuda! ¡aaaaaahhhh! ¡mi pierna!


Mis compañeros se despertaron asustados y me preguntaron -¿Qué pasa?- Yo les contesto que mi pierna me duele mucho y me la descubrieron. Creo que se dieron cuenta de mi herida y uno de ellos salió corriendo a avisar al profesor responsable. Cuando abrió la puerta el frío empeoró las cosas, no podía controlarme, el frío y el dolor estaban matándome.


Cuando llegó el profesor y vio mi herida y el estado en el que estaba me dijo que seguramente la herida estaba infectada y mandó a llamar al director que vive a unas calles de la escuela, él llegó en su bocho y pidió que me subieran, íbamos a ir a la clínica.


Al llegar a la clínica ellos comenzaron a tocar, le gritaban al doctor encargado y yo, mientras, en el asiento trasero del bocho gritando del dolor. La fiebre me estaba haciendo delirar, pedía a mi mamá, veía a mis hermanitos, recordaba la última vez que vi nacer el sol de entre los montes, cómo la neblina le daba paso a esos rayos que nos calentaban y nos regalaban una vista espectacular.


Afuera, el director gritaba desesperado porque nadie respondía en la clínica, seguramente el doctor no pudo pasar por el derrumbe en la carretera o simplemente llegaría hasta hoy, martes, como muchas veces lo hace. Los dos subieron al “bocho” y me decían –Chepe, aguanta, vamos a ver si está el Dr. Félix, pero aguanta-.


Nos dirigimos a la casa del único médico particular del pueblo. Yo rogaba que estuviera porque a veces también sale a la capital una o dos semanas, yo intentaba ligar algunos pensamientos, pero seguía sin distinguir lo real de los delirios, lo único que sabía que era real era el dolor que interrumpía esa imagen del amanecer. Cuando llegamos a la casa del médico, nos abrió de inmediato, los profesores le decían qué pasaba mientras me bajaban del auto, me llevaron al intento de consultorio que tiene el médico y ahí me revisó, -tétanos- decía, -no puede ser otra cosa, estos chavos no tienen ni las vacunas básicas ni el menor cuidado con este tipo de heridas- y entonces, me desvanecí por completo cuando el médico intentó revisar con mayor meticulosidad mi herida, empeorando el dolor.


Hoy al despertar, ya había amanecido; los rayos del sol entran por la ventana de mi cuarto y se escucha la banda que recibe al director general del CSEIIO[2], veo mi pierna y está algo morada, me duele pero ya no con la intensidad de la madrugada, me incorporo y veo que la herida está limpia y expuesta –tiene que tocarte el aire- dice mi compañero –eso dijo el médico, debes lavar la herida y poner eso que está en la silla; que en cuanto abran, vayas a la clínica a ponerte la vacuna del tétanos- y se va.


Yo me quedo acostado, escucho el discurso del director general: “Con estas acciones estamos mejorando la educación de las y los jóvenes indígenas. El gobernador se preocupa por estas comunidades, no las olvida, porque con la construcción y el equipamiento de la sala de cómputo se beneficia toda la comunidad; asimismo, los jóvenes estarán al nivel de cualquier estudiante para poder ingresar a cualquiera de las universidades, y al salir, ayudar a sus familias”.


Yo me pregunto de qué jóvenes habla, nosotros nunca podremos ir a la universidad y me pregunto si ese discurso aún es parte de mis delirios y entonces reacciono. Un día antes había sentido que iba a morir, lejos de mi familia, de mi casa. Y comprendí que tal vez mi papá tenía razón, que a la escuela nada más iba yo a comer bien por un tiempo, por el apoyo que nos dan en el albergue, y que después tendría que regresar a la realidad y llegar a la casa a comer tortilla con sal todos los días y que si realmente quería ayudar a sacar adelante a mi familia tendría que trabajar e irme pa’l norte como la mayoría de los muchachos de mi pueblo y sus alrededores.


Es entonces cuando decido que será mejor regresar a mi casa, olvidarme de la escuela; al menos ahí estaría con los míos. Me doy la vuelta para seguir durmiendo, esperaré hasta el viernes para irme a mi casa y ya no regresar, así puedo seguir comiendo bien en el albergue sin necesidad de ir a la escuela por lo de mi pierna y me da tiempo de recuperarme para poder caminar las 4 horas de regreso a mi pueblo.




[2] Colegio Superior para la Educación Integral Intercultural de Oaxaca

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