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  • Marco Antonio Hernández Aguilar

Lopezobradorismo: ¿un populismo posneoliberal?


Introducción[1]

No son pocos los trabajos que, en la época reciente, han tratado de analizar al populismo y sus consecuencias para la democracia. El populismo, al igual que la democracia, es un concepto con diversas dimensiones que le caracterizan de acuerdo con la comprensión y contextualización del mismo.

 

[1] Agradezco al Dr. Alberto Espejel las observaciones hechas al presente texto, que me ayudaron en el desarrollo del mismo.

 

Entender al populismo como un fenómeno político de la coyuntura electoral, nos limita al momento de encausarlo como factor en la transformación radical o gradual del sistema político. Asimismo, el populismo se ha convertido en uno de los polos del populismo-neoliberalismo, pues, en épocas recientes, el populismo ha adquirido relevancia en el análisis político al hablar de la crisis del neoliberalismo.

El presente trabajo es un esfuerzo por entender lo que puede significar el populismo, sus consecuencias para la democracia, y su importancia en la vida de la comunidad política. Para ello, se referirán distintas definiciones de populismo, y se analizará el caso mexicano representado en la figura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

¿De qué hablamos

cuando hablamos

de populismo?

La crisis que actualmente vive la Ciencia Política (Cansino, 2007) está íntimamente ligada al agotamiento de sus paradigmas. La segunda década del siglo XXI ha traído consigo un sinfín de cambios en cuanto a nuestra comprensión de lo político y la política. Hemos transitado de los gobiernos autoritarios a los gobiernos democráticamente electos; se ha ampliado el catálogo de los derechos humanos llevándolos a obtener un rango Constitucional que permita la inclusión y el tan ansiado consenso que dé certidumbre al funcionamiento de las instituciones democráticas; se ha pretendido colocar a la gobernanza como la manera más efectiva para lograr equilibrar la balanza entre la responsabilidad del gobierno (transparencia y rendición de cuentas) y la participación ciudadana. Asimismo, la transición a la democracia nos ha dejado un indicio de pluralidad a través del pluripartidismo, de instituciones democráticas en crecimiento, y el surgimiento de un nuevo espacio en la arena política: las redes sociales.

También es cierto que ha sido una época de graves crisis económicas, de ruptura en lo social, de agotamiento del modelo neoliberal y de desconfianza hacia los procesos democráticos.

Esto ha propiciado el surgimiento —resurgimiento— de liderazgos carismáticos que se identifican a sí mismos como la solución a la crisis por la que pasa la democracia. Estos líderes carismáticos son encuadrados como líderes populistas.

El populismo se ha convertido en un concepto de combate. Se utiliza más en términos electorales y periodísticos para apelar a cualquier articulación política que cuestiona la democracia representativa liberal, el sistema de partidos y la exclusión de capas crecientes de la sociedad (citado en Monedero, 2017, pp. 205)

Los distintos enfoques que existen de un concepto tan disperso como lo es el concepto de populismo, han generado un sinfín de discusiones dentro de la Ciencia Política, ya que no es lo mismo estudiar al populismo de la primera mitad del siglo XX a estudiar al populismo en el siglo XXI.

De igual manera, los trabajos que estudian al populismo son diversos. Los hay desde la concepción del populismo como sinónimo de autoritarismo (Krauze, 2006), hasta los más recientes que dimensionan al populismo material y simbólicamente (Garciamarin, 2016).

Por ende, las distintas interpretaciones del populismo se encuentran delimitadas por su contexto, en tiempo y espacio específicos, que hacen de esta diversidad de interpretaciones un conglomerado que se complementa, pero que a la vez es excluyente.

Otra de las cuestiones que existen al hablar de populismo se encuentra en saber si el populismo es de izquierda o de derecha. Hay autores que dicen que el populismo es de derecha (Keane, 2019), y autores que encuentran populismos de izquierda (Mouffe, 2018).

Lo cierto es que, las diversas concepciones e interpretaciones del populismo, convergen en ciertas características que permiten formular un entendimiento del surgimiento de este tipo de liderazgos y su función como factor en la conservación, destrucción o reforma de las instituciones democráticas.

Es importante estudiar el concepto de populismo dimensionando lo simbólico y lo material en la construcción del discurso (como medio para hacerse ver), pues el populismo vive del discurso. En el discurso se encuentra cimentada la viabilidad de la legitimidad en su toma de decisiones.

El populismo es un estilo de hacer política estructurado en torno a hablar directamente a la gente, que tiene a un gran líder, un caudillo, y un oponente u oponentes a los que confrontar, que suele llamar establish­ment. Y que degrada instituciones de monitorización, tribunales, medios de comunicación y otros órganos de defensa de la integridad. Todo ello aderezado por un cierto nivel de normalización de la violencia, de nacionalismo, de sentido de la territorialidad y de clientelismo. El populismo es una enfermedad autoinmune de la democracia: requiere condiciones democráticas para florecer (libertad de expresión, de reunión, acceso a los medios de comunicación, multipartidismo…), pero su lógica es profundamente antidemocrática, destruye los órganos de control y margina a sectores importantes de la sociedad. (Keane, 2019)

Es posible identificar tres características que continuamente aparecen en las distintas concepciones del populismo como concepto: el pueblo, la élite y la voluntad general.

Cuando hablamos de populismo nos referimos a un fenómeno político sin una ideología característica (puede ser de izquierda o derecha), que hace un reclamo a la democracia existente a través de un discurso moral, sostenido por un liderazgo fuerte y carismático, con el que se construye la polarización entre “el pueblo” y la élite; y que puede derivar en formas democráticas o antidemocráticas. (Garciamarin, 2016).

El líder populista depende del éxito de su discurso. En dicho discurso debe ponerse en claro que él no forma parte de la élite que ha perjudicado a las instituciones democráticas. El líder populista se concibe a sí mismo como el representante legítimo del pueblo, el único que encausa, verdaderamente, a la democracia efectiva. Su discurso es moral en el entendido de identificar a la corrupción dentro del sistema y sus élites. El líder populista se identifica como el portador de la virtud, de la reivindicación de lo político y de la política.

En esta perspectiva, podríamos formular que el populismo tiene clara tendencias hacia el autoritarismo, pero ¿qué pasa cuando el ascenso de un líder populista es consecuencia de una crisis de legitimidad de las instituciones políticas de un Estado, principalmente de su sistema de partidos?

Si bien es cierto que es natural del populismo surgir tras una severa crisis económica que agote los paradigmas del funcionamiento de un régimen político, existen otros factores como la crisis en el sistema de partidos que pueden influir en el triunfo de un líder populista en un régimen democrático.

La coyuntura actual nos lleva a cuestionarnos sobre el origen del triunfo de liderazgos populistas. Parece ser que el agotamiento de los paradigmas del modelo neoliberal, iniciada tras la crisis económica mundial de 2008, el populismo tuvo un renacer que lo convirtió en objeto de estudio para la Ciencia Política. El populismo se creía superado tras el triunfo del neoliberalismo,