- Javier Cadena Cárdenas
La paradoja de Rockdrigo
Vibración de la naturaleza
El 19 de septiembre de 1985, la Ciudad de México fue despertada por un sismo que literalmente la cimbró en su totalidad y devastó a una parte muy importante de su territorio. A las 07:19 horas de ese jueves, un sismo de 8.1 grados provocó daños irreparables en la infraestructura urbana de la capital del país, y sobre todo, de manera lamentable, en la vida de sus habitantes y visitantes, de los cuales según cifras oficiales poco más de tres mil quinientos murieron, aunque las cifras de la Cruz Roja registran poco más de diez mil.

Fotos, Diego Cadena Carreón
Uno de esos muertos fue el compositor y cantante Rockdrigo González, conocido y reconocido como “El profeta del nopal”, por haber sido el centro del Colectivo Rupestre de los Cantantes Errantes, y por canciones como “Estación del Metro Balderas” (1), “No tengo tiempo” y “Distante instante”, entre otras muchas que a treinta y cinco años de su desaparición física ya lo han convertido en un artista de culto.
1.- El 19 de septiembre de 2011 en la Estación Balderas, del Sistema Colectivo Metro, fue develada una estatua de Rockdrigo, obra del escultor Alfredo López Casanova.
A Rockdrigo lo conocí en 1984 en las instalaciones del Museo Universitario del Chopo, de la UNAM, durante la preparación de un encuentro musical de dicho colectivo, en donde, por cierto, a punto de iniciar la presentación Jaime López manifestó su molestia porque en el programa se incluyó a Roberto Ponce, a quien no consideraba rupestre (2). La queja se quedó en eso, la presentación siguió su curso sin mayores complicaciones, y mi relación con Rockdrigo continuó.
2.- Lo paradójico es que Jaime López poco tiempo después dejó de considerarse rupestre.

En mayo de 1985 le solicité una entrevista (3) y con el humor que lo caracterizaba me dijo dos cosas: que se le hacía chistoso que yo lo entrevistara para una revista de espectáculos y no para una cultural, y que también se le hacía raro que el mundo del espectáculo volteara a verlo (4), y riéndose abundó: “Ahora que Jaime López se está poniendo de moda (5), te digo que puede ser un buen precedente en el campo de la comercialización, siempre y cuando continúe siendo como ahora y no que pierda esa chispa e ironía que lo han caracterizado”.
3.- Dicha entrevista se publicó el 13 de junio de 1985 en la Revista Ritmo. Años después fue incluida en el libro “Rockdrigo González”, de Ediciones Pentagrama, y en una segunda edición en colaboración con la Universidad Autónoma de Nuevo León.
4.- Esta entrevista fue la primera, y creo que única, que Rockdrigo dio a una revista de espectáculos perteneciente a la rama periodística de la principal televisora de ese entonces. Ritmo era dirigida por el escritor Gerardo María Toussaint Ribot.
5.- En 1985 Jaime López se presentó en el programa de televisión “Siempre en Domingo” conducido por Raúl Velasco, y editó su disco “Primera calle de la Soledad”, en el sello RCA Víctor, del cual varias canciones tuvieron éxito en la radio, sobresaliendo la que le da título al acetato y “Ella empacó su bistec”. También participó en la versión nacional del Festival OTI ocupando el último lugar con su canción “Blue Demon Blues”, en la cual incluía frases que no fueron del agrado del jurado ni del público presente: “no hay peor lucha… que Lucha Villa”, y “¿Quién anda atrás de ese disfraz? / ¡Mario Moreno Cantinflas!”, principalmente.

Aprovechando su mención a la comercialización, le pregunté si los rupestres le temían, y de inmediato comentó que ellos querían darse a conocer y que no le tenían miedo a la comercialización, pero que no deseaban que “nos poden demasiado. Queremos ser nosotros mismos para llegar al público más auténticamente. Pretendemos que el público más diverso nos escuche porque todos son sensibles”.
Para la entrevista me citó en el departamento en el que vivía y en el que murió junto a su compañera, Françoise Bardinet, ubicado en el número 8 de la calle de Bruselas, colonia Juárez, y al llegar me comentó que era bueno que ya no tuviera a su perro porque lo ponía en aprietos con las visitas, ya que cuando le preguntaban cómo se llamaba él les contestaba “Qual”, pero no le entendían y les volvía a decir el nombre, y así estaban hasta que les enseñaba una caja de un medicamento llamado “Qual”, y es que, me dijo riendo, ellos escuchaban “¿Cuál?”.

Con la agilidad mental que lo caracterizaba, relacionó esta anécdota con su grupo llamado precisamente Qual: “Se formó, primero, para acompañar y reforzar mis canciones, y después, para hacer música mexicana contemporánea”, manifestó, y a pregunta expresa sobre su concepción de la música, me dijo: “No puedo darte una definición exacta de la música; eso se lo dejo a los académicos, sólo te digo que música es todo. Es una vibración de la naturaleza, la síntesis del arte”.
Como “vibración de la naturaleza” definió a la música, actividad a la que le dedicaba su vida, y sin saberlo y en un hecho de absoluta y macabra coincidencia, encontró la muerte a consecuencia de un terremoto, que también, por cierto, es otro tipo de “vibración de la naturaleza”.

En esa entrevista reconoció tener influencia de The Beatles, Bob Dylan, The Kinks, Led Zeppelin y Pink Floyd. Y en cuanto a la letra de sus canciones dijo haber aprendido mucho de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, T. S. Elliot, los “poetas malditos” (Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine), y del violinista huasteco Elpidio Ramírez Burgos, mejor conocido como “El viejo Elpidio”. Y en la vida, a su hija Amanda Lalena (mejor conocida como “Amandititita”), le puso así en honor a las canciones de Víctor Jara (“Te recuerdo Amanda”) y de Donovan (“Lalena”).
Sobre el ambiente musical que se vivía a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado, Rockdrigo dijo que “es muy rico, en el sentido de creación. Es muy vasto. Pero esto no es nuevo. Desde antes de la llegada de la sensibilidad española, la sensibilidad de los habitantes de esta tierra era muy rica. Actualmente tenemos una herencia no sólo musical, sino también literaria y filosófica. La trova, los boleros, los sones, la tambora y demás géneros musicales de nuestro país, aparte de su valía musical, tienen una profundidad literaria y filosófica tremenda”.
