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  • Hugo Sánchez Robles

Instituciones tradicionales y transición democrática en el Sistema Político Mexicano


La entrada del nuevo siglo trajo una serie de eventos que representaron para la sociedad mexicana una disrupción significativa que llevó a muchos a pensar que el sistema político mexicano atravesaba un momento de transformación pues, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdía por primera vez en 70 años las elecciones presidenciales llegando el Partido Acción Nacional (PAN) al poder en el año 2000.

Se habló, en ese entonces, de transición a la democracia, del inicio del fin para el partido que ostentó el monopolio del ejercicio público del poder. Puede decirse que la euforia hizo que se dejara de prestar atención a lo realizado por el gobierno nuevo para hallar la diferencia estructural (si es que la hubo) para entonces afirmar una verdadera transición.

Llegaron las elecciones de 2006 y el PAN repitió la hazaña: nuevamente el PRI perdía las elecciones, esto no dejaba lugar a dudas realmente se estaba frente a los cimientos de un cambio, aunque fuera sólo de nombres y colores.

Estas observaciones, aparentemente llenas más de entusiasmo que de un análisis certero, se vendrían abajo al suceder lo impensado: el PRI regresaba al poder ejecutivo, lograba consolidar mayoría en el Congreso y tenía la capacidad de lograr un llamado a las principales fuerzas políticas para llevar a cabo una serie de reformas estructurales; apuntando al neoliberalismo.

El objeto del presente ensayo tiene como interés dar cuenta de aquellos elementos existentes en nuestro sistema político y en sus actores que proporcionan otra perspectiva respecto a la idea de transición a la democracia y, así mismo, guardar distancia respecto a la sorpresa que ocasionó el regreso del tradicional partido en 2012.

Tal análisis pretende emplear una combinación teórica que, para muchos, puede resultar contradictoria e ineficaz para el análisis político, sin embargo, como objetivo lateral se intentará demostrar que no necesariamente es así: por un lado, para comprender al Estado, la cuestión estructural y la dinámica de poder a un nivel mayormente general se apelará al materialismo histórico.

Sin embargo, la peculiaridad de la vida social en México requeriría de una base teórica que se ocupase de las interacciones al interior, el marxismo, sería insuficiente, por tanto, se justifica el empleo de la teoría sistémica en tanto que ésta es capaz de abordar los fenómenos políticos en tanto interacciones que configuren la asignación autoritaria de valores.

Lo que se sostiene en este ensayo es que, a pesar de que la alternancia dada en el 2000, las instituciones que viven de forma latente están arraigadas de tal manera que el cambio, de partidos y de nombres, sería insuficiente para hablar de una transición realizada en el sentido más amplio del término. No se pretende hacer un estudio comparativo respecto a la durabilidad de las instituciones cimentadas en 70 años frente a 12 años de alternancia, sino que se pretende rastrear estas instituciones para poder dar un justo valor de su importancia y su presencia no sólo como un ingrediente más del sistema político sino como su moldeador y definidor.

En torno a la manera de proceder se hará de manera histórica-interaccionista al intentar aprehender los elementos que dieron origen al sistema político mexicano, así mismo una anatomía del sistema a partir de su institucionalización de los años cuarenta y de su continuidad hasta la mal llamada transición democrática por los gobiernos panistas. Con objeto, como ya se mencionó, de dar cuenta en torno a la no-disrupción.

Antecedentes

Parece haber un acuerdo entre los orígenes del sistema político mexicano, si bien no podríamos hablar de una formación institucional con la fuerza que tendrá bajo el régimen priista, al menos es posible hablar de que sus antecedentes parten del liberalismo juarista y del régimen porfirista. Del primero se deben mencionar las aclamadas leyes de Reforma, la adopción del federalismo y la preminencia del poder Legislativo frente al Ejecutivo.

Por supuesto tales elementos son de vital importancia y no valdría en ningún análisis dejarlos de lado, sin embargo, se piensa que para efectos de señalar la particularidad del sistema político mexicano es necesario darle una mayor preeminencia a la cuestión del régimen, es decir, las reglas instituidas que están por fuera y por encima de cualquier formalidad legalista pero que sustentan la cohesión de la clase política y aseguran el futuro de la misma.

En este punto es válido retomar la noción que François Javier Guerra proporciona en función de las relaciones sociales sostenidas en aquel México de la República Restaurada. La ambición del liberalismo mexicano fue siempre trasladar una sociedad puramente tradicional[1] a otra de carácter moderno[2].

 

[1] En términos de Guerra la sociedad tradicional u holista está caracterizada por actores colectivos donde los vínculos son de dependencia, informales, más cercanos a lazos afectivos o familiares, de grupo. Donde su fuerza estaría en que perdurarían a través de las generaciones.

[2] La sociedad moderna sería aquella donde los lazos humanos estarán en función de intereses comunes, donde existe un reconocimiento pleno del individuo como célula de la sociedad y a ésta como el conjunto de individuos. De ahí la obsesión de un pacto social (ley) que los contractualistas se encargaron de formular.

Es pues el liberalismo el bastión de aquella modernidad en la que caímos. De ahí que los liberales tuvieran la creencia en torno al establecimiento de Constituciones, es decir, leyes formalizadas que sustituyeran todo acuerdo que no estuviese sustentado en escrito teniendo respaldo jurídico. Podría decirse que un profundo desconocimiento de las sociedades tradiciones y la totalización de la realidad en términos del concepto hicieron del lenguaje una esquizofrenia política. Es decir, que la aplicación de la ley, con ello la modernización de la sociedad, no se dio, se mantuvieron los lazos tradicionales teniendo repercusión en el porfirismo.

Durante el régimen porfirista se observa, entonces, ya no una insistencia infértil en establecer un régimen moderno, sino que el propio régimen porfirista se va a nutrir de las relaciones de tipo tradicional. A sabiendas que las fracciones de poder (militares, científicos, intelectuales, técnicos, amistades, etc.) buscan mantenerse en esa esfera o en otros casos lograrla, prestan su lealtad al militar más fuerte (Díaz) para una vez concretada su llegada al poder entonces verse beneficiados.

Como se observa, estos elementos ciertamente contrariados: sociedad tradicional frente a sociedad moderna, ley frente a costumbre, vínculos afectivos frente a vínculos organizativos van a marcar la dinámica del poder en el juarismo y en el porfirismo, aparentemente habrá una disrupción durante la revolución, aunque una mirada más profunda asegurará entonces que estos elementos son la base de interacciones de nuestro sistema político mexicano.

Institucionalización. Partido Hegemónico y Presidencialismo

Tres serán las bases para lo que hoy entendemos como sistema político mexicano, Cosío Villegas supo visualizar la importancia de dos de ellas: el Partido hegemónico (por no decir único) y el presidencialismo (figura del