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  • Elisa G. Cuevas Landero

La conquista democrática y social de los derechos humanos




Tradicionalmente se ha hablado de la democracia pensando casi exclusivamente en la siguiente de sus acepciones: El gobierno del pueblo y para el pueblo. Creo que dicho significado continúa decididamente vigente, sin embargo, disertar sobre la significación de la democracia, nos impone reflexionar sobre algo más que sobre sus dimensiones jurídica y gubernamental.


Es necesario pensar en la dimensión social; pues la democracia –aun desde la perspectiva legal, que parece cambiar de forma más lenta- es mucho más compleja y diversificada que la del pasado; ya que en la sociedad industrial y global, la democracia permea a las decisiones gubernamentales, a las de grupo, e incluso a las individuales; y, por lo tanto, ya no puede seguirse pensando que la democracia directa –al estilo ateniense-, es posible.


 

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La democracia representativa –que parece ser la única forma viable de organización política de la sociedad diversa y súper especializada- es sumamente compleja por cuantos hechos, actores, estructuras, representaciones partidarias, arreglos políticos, nuevas reglas electorales de la representación, etcétera, intervienen en su construcción. Los arreglos entre parejas, los arreglos familiares, las formas diferentes de vida, las nuevas formas de trabajo no estables, la migración mundial, el narcotráfico, etcétera, también evidencian la complejidad a la que ha llegado la sociedad actual.


En su dimensión social, la democracia no es practicada por gobernantes y gobernados de una manera consensual. La democracia es disenso y diversidad. Existen un gran número de grupos sociales que desde sus diversas posiciones, demandan reglas democráticas del juego político y hacen escuchar sus demandas en busca de ello.


Por ejemplo, en México existen grupos religiosos, políticos, asociaciones civiles, grupos culturales de cantantes, actores, escritores, poetas, pintores, escultores, caricaturistas, grupos de empresarios, de homosexuales, lesbianas, obreros, campesinos, grupos urbanos, etcétera, defensores, específicamente, de derechos humanos que reivindican el quehacer democrático y que dentro del proceso de transición cultural, como parte de la transición democrática (aunque a veces neguemos que ésta sea plena), han tenido un papel fundamental en los últimos veinte años; sobre todo, durante los últimos seis años, en aquellos estados donde la “guerra contra el narcotráfico” despertó conciencias y un gran activismo político.



Por lo cual, se puede ser optimista respecto del avance democrático de la sociedad si continúa como una lucha constante el activismo desarrollado por tales grupos sociales en todo el país. Dichos grupos, que han tenido una presencia cada vez organizada en México (así como en otras partes del mundo), han tomado posesión de la democracia y la han convertido en una forma diversificada de vida. Ya no existen, es verdad, las reuniones donde se decidía a mano alzada el destino político de la cosa pública (la red publica, la república) de una manera consensuada.


En cambio a través de sus propias organizaciones y sus representantes –cuando los hay-, denuncian hechos, injusticias, demandan empleo, defensa de los derechos de homosexuales, lesbianas, mujeres, niños, migrantes, etc., con el objetivo de colocar los problemas que los aquejan, al menos como órdenes del día en las agendas gubernamentales. El desacuerdo y la diversidad de demandas son patentes. El desencuentro y la división social, también lo son. Conflicto y disenso, conflicto e intentos de acuerdo, se vuelven paradojas de los procesos que se llevan a efecto en las sociedades contemporáneas.

 

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Precisamente los derechos humanos tienen un papel sobresaliente en esas luchas en busca del acuerdo; la organización y defensa en torno a los derechos humanos, permite que los abusos del poder y de los gobiernos, se topen con un dique que los contenga. Los derechos humanos ya no los pensamos como materia exclusivamente política o legal, son parte de los derechos sociales de todos. Ya no son únicamente las garantías establecidas de forma individual para los sujetos, como tales, sino derechos colectivos de los seres humanos en conjunto.


En esto hemos pasado del tú y yo de las garantías individuales, al goce de los derechos humanos sociales como colectividad, es decir, al nosotros y vosotros. La dimensión política de la democracia y de los derechos humanos presenta rasgos que comparte con el pasado. Tales como la libertad, el sufragio y la existencia de leyes ad hoc. Sólo que en la actualidad estos tres rasgos tienen su peculiar y compleja configuración.


La libertad democrática, por ejemplo, tiene actualmente una connotación jurídica y política, así como una económico-social (que tiene que ver con los mercados de trabajo, la migración, el derecho a la sostenibilidad…), diferente a la que antiguamente tenía. Así, a decir, por ejemplo, de alguien que estudió a fondo las diferencias entre la democracia de los antiguos, respecto de la democracia moderna, Benajmin Constant, sostenía que la libertad en la dimensión política de la democracia: Consistía en ejercer colectiva, pero directamente, varios aspectos de la soberanía en su conjunto.



Deliberar en la plaza pública sobre la guerra y la paz; concluir tratados de alianza con los extranjeros: votar leyes; pronunciar los juicios; examinar las cuentas, los actos, la gestión de los magistrados; hacer comparecer a estos últimos delante de todo el pueblo, acusarlos, condenarlos o absolverlos. Pero, al mismo tiempo que era a esto a lo que los antiguos llamaban libertad, admitían como compatible con esta libertad colectiva el total sometimiento del individuo a la autoridad del conjunto […] Todas las acciones privadas eran sometidas a una vigilancia severa.[1]

[1]Constant, Benajmin. La libertad de los antiguos comparada a la de los modernos. México: UNAM-FCPyS-Cela, 1978, p.36. Y pp. 421-422 de la edición en línea: Benjamin Constant, La libertad de los ant