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  • Marlene Alejandra Arreola Ruiz

“¿Vivir para la política o vivir de la política?”



A lo largo de la historia, la actividad política ha cambiado y revolucionado la forma de organización de los hombres, y en el transcurso de la misma, los estudiosos de las diferentes épocas se han cuestionado acerca de la forma de generar mejores gobiernos y, a su vez, mejores gobernantes.


El Estado concebido, según Max Weber, refiere en su seno el monopolio de la violencia legítima, lo cual conlleva una serie de responsabilidades para aquellos que tienen la política como principal actividad. Dicha actividad política está sujeta a la distribución, mantenimiento y transferencia del poder, sin importar si la naturaleza de la búsqueda por el poder se realiza por egoísmo o idealismo.


Cabe señalar que existen tres fundamentos de la legitimad del Estado:


El primero, la legitimidad del perdurable o tradicional, que es parecida a la ejercida por los pertenecientes al patrimonio de modelo antiguo;


segundo, la facultad de la gracia (carisma) personal o extraordinaria, y;


tercero la legitimidad apoyada en la base legal, que conlleva los preceptos legales en razón de la competencia objetiva de las normas establecidas.



Hoy por hoy, son claros los ejemplos de los fundamentos de la legitimidad del Estado, puesto que el Estado de Derecho no puede ser concebido sin una serie de normas que regulan su competencia dentro de las diferentes esferas: pública, privada o íntima. La evolución de la organización Estatal ha traído consigo una serie de revoluciones; principalmente en lo que se refiere al tercer tipo de legitimidad, aquella que refiere la base legal. Se dice por ello, que la ley impera en todos los órganos de gobierno y en todos los ámbitos de la vida del ciudadano común; es mediante el ejercicio de la ley que el Estado justifica su actuar, y sobre todo, donde fundamenta sus mayores fracasos.


 
 

Desde una perspectiva institucionalista, la existencia y la buena ejecución y aplicación de la ley, se hacen imperantes, en la medida en que el adecuado funcionamiento de las instituciones que conforman el Estado, está directamente vinculado con la base legal. Asimismo, mediante la base legal se permite la existencia de una relación dialéctica entre los ciudadanos y las instituciones.




Por otro lado, el tipo de legitimidad carismática se hizo evidente durante las elecciones del año 2012 en nuestro país. La participación del entonces candidato, Enrique Peña Nieto, fue una expresión clara de la manera en que la imagen y el carisma de un personaje influyen en las decisiones políticas de los ciudadanos.

Es evidente que la utilización de la mercadotecnia política fue pieza clave de la campaña de Peña, ya que incluía el diseño de campaña y la producción de anuncios y pautas de publicidad por parte de la empresa Televisa (inclusive desde años anteriores a la campaña presidencial), situación que beneficiaba directamente a Emilio Azcárraga Jean, quien declaró ante la Cámara de Comercio México−Estados Unidos, que “la democracia es un buen cliente” [1], situación que es preocupante en medida que los grandes monopolios de los medios de comunicación, quienes detentan gran poderío económico tanto a nivel nacional como internacional, son ahora quienes toman decisiones políticas en nuestro país, o influyen en ellas.



[1] Tello Díaz, Carlos, Enrique Peña Nieto, La Senda del Rockstar, Nexos en línea. Consultado en http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2102727 [Consultado el 14 de agosto de 2014].




Habría que recordarles a los actores políticos que en realidad todos los ciudadanos son políticos ocasionales cuando depositan su voto, cuando aplauden o protestan en una asamblea política y cuando protagonizan manifestaciones; manifestaciones como las realizadas por los jóvenes del movimiento “Yosoy132” antes de las elecciones presidenciales de 2012, en nuestro país, que aunque fueron bien intencionadas, poco después fueron igualmente pervertidas por presiones propias del sistema gobernante.

El problema de la falta de profesionales en la política se hace cada vez más evidente, con un serio impacto en la forma de gobernar; así, la figura del boss, refleja la entrada de empresarios políticos capitalistas a la arena política. El boss


está desprovisto de principios políticos definidos y carece de convicciones (al menos sociales), su ética se acomoda a la moral media de la actividad que rige en su momento y, los bosses se enfrentan con todos los medios posibles a los posibles actores externos que constituyan una amenaza o peligro para sus fuentes de poder y dinero.

 

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Dicho comportamiento es comparable a nivel macro con el de los denominados Partidos Cártel [2], en la medida en que dichos partidos tienen como propósito limitar la competencia y, si es necesario, llegar a colusiones caprichosas con otros partidos ya existentes en el mercado político, dificultando el ingreso en la arena/mercado de la competencia partidista a organizaciones nuevas[3] que atenten contra su predominio.


[2] El término cártel es retomado de la economía y significa “acuerdo entre empresas para limitar competencia”

[3] Katz, Richard y Peter Mair, “Changing Models of Party Organitazion an Party Democracy. The Emergence of the Cartel Party”, Party Politics, 1995.


Así, con las deformaciones que genera la búsqueda del poder, por el poder mismo, se cae en los dos principales pecados de la política: la carencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, enmarcadas por una falta de rendición de cuentas. El hecho de dejar el servicio de la “causa” por pura exaltación personal es la realidad de numerosos políticos a lo largo de la historia; por ello, la búsqueda de la profesionalización de la política es de gran importancia, en la medida en que con ello se puedan remover, del actuar gubernamental, a aquellos actores que carezcan de finalidad objetiva y que van por la apariencia deslumbrante del poder. Para ello, es igualmente necesaria la implementación de medios de evaluación y control político, a fin de cerrar el círculo virtuoso.




Los profesionales de la política requieren una especialización y vocación para enriquecer el conocimiento científico, para moldearlo y revolucionarlo de tal forma que se puedan generar mejores formas de organización y gobierno.


La disyuntiva de vivir de la política o para la política desaparecerá en la medida en que los políticos sean, a su vez, científicos, y en la medida en que éstos sean capaces de combinar sus habilidades políticas y su instinto de poder con una finalidad objetiva y responsabilidad social.

 

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La formación y generación de dichos hombres se da en la academia, pero también en la arena política. Sin embargo, es conveniente resaltar la importancia del papel de la familia en la formación de ciudadanos comprometidos con el bien común, que serán la materia prima de la política.

Lo ideal sería contar con políticos que vean más allá de sí mismos y que sean capaces de generar planes de cambio para el beneficio, no sólo de ellos, sino de toda la sociedad; es decir, que vivan de la política y para la política.


 

BIBLIOGRAFÍA

Katz, Richard y Peter Mair, “Changing Models of Party Organitazion an Party Democracy. The Emergence of the Cartel Party”, Party Politics, 1995.

Weber, Max, El político y el científico, Ediciones Coyoacán, México, 2010

CIBERGRAFÍA

Tello Díaz, Carlos, Enrique Peña Nieto, “La Senda del Rockstar”, Nexos en línea. http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2102727 [Consultado el 14 de agosto de 2014].

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