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  • David Gámez

Symptoma: meditaciones en torno a un acontecimiento viral

En el orden común del pensamiento suele indicarse al “covid-19” como la causa más efectiva de la situación patética global que hemos estado viviendo en los últimos meses: desde el establecimiento de las medidas sanitarias que se han promovido por la OMS, hasta los dispositivos de control de aduanas y policía del orden cotidiano para mantener a raya nuestras relaciones sociales y económicas del mundo, sin olvidar, por supuesto, a todo el aparato discursivo en torno a la cuestión política que media alrededor del caso, pues nos es muy común avistar en las noticias las acusaciones que entre líderes mundiales se propinan unos y otros, queriendo de alguna manera deslindarse de la responsabilidad directa del conflicto, para asumir, quizá de esta forma, una responsabilidad más pasiva que activa, que permita a dichas naciones retirarse de la encrucijada de tener que decidir, en alguna medida, el destino del mundo, su crisis y su acabamiento.

Imagen tomada de: Freight Waves

Es justamente aquí donde podemos sentirnos convocados al pensamiento, con la intención de suspender por un momento, la lógica orientada a la causalidad y al principio de identidad (metafísicos) que caracteriza comúnmente nuestra recepción cotidiana de las cosas, en virtud de poder comprender un fenómeno que, tal vez, requiera más que una lectura dialéctica para poder determinar su horizonte de manifestación y de sentido.

Una lógica de la causalidad nos indicaría que en el orden antecedente-consecuente, el virus denominado “Covid-19” sería la causa eficiente de nuestra contingencia global, porque aun cuando el antecedente pudiese ser multifactorial, en determinado momento aquellos distintos factores confluyen en el coronavirus como eje rector de todos los efectos; en cierto sentido, la inteligencia que procede de modo axiomático articularía una explicación de cierto talante para poder descansar la investigación en una causa próxima y suficiente.

Hasta este punto coincidimos perfectamente con una búsqueda científica que procede por inducción-deducción para encontrar respuestas, después de todo sabemos que nuestro confinamiento, así como las políticas mundiales de salud pública responden directamente al hecho científico del coronavirus, no habría pues necesidad de negar tal hipótesis acerca del riesgo biológico que nos ocupa, ya que de efecto a efecto nos podríamos remontar intelectualmente a la causa que previamente ha sido indicada por la comunidad biomédica.

No obstante, en tanto que no hay necesidad de negar el discurso biomédico en orden a su rigor metodológico y su coherencia teórica, lo que sí podemos hacer es llevar hasta las últimas consecuencias, la búsqueda de una explicación y, sobre todo de una comprensión más fina del “Covid-19”. Esto significaría que más allá de la objetividad científica estructurada en torno al virus, habría la posibilidad de plantear una nueva forma de encararlo desde otro horizonte de comprensión que permita implicar, pero también trascender la objetividad del laboratorio, para con ello lograr un estudio más profundo de las explicaciones que ya lo acotan, con miras a proponer una visión meditativa que pudiese extraer de dicho fenómeno otras dimensiones aún no abiertas de lo viral del virus, y por qué no, proponer la idea de que un acontecimiento como lo es un virus en determinado contexto socio-histórico, requiere por su complejidad, de una serie de hermenéuticas inacabadas para poder alcanzar un estado de comprensión suficiente.

Un horizonte de sentido.

Partamos del hecho de que el virus dice de sí mismo, lo que quizá nunca hemos escuchado desde nosotros: que no hay ninguna separación radical entre lo micro-cósmico y lo macro-cósmico, pensando lo biológico como un “lugar” intermedio a estas dos regiones, una realidad compuesta y encadenada a lo micro, pero que también en dirección a su propio comportamiento-masa se encuentra orientada hacia lo macro, pues de algún modo el virus se nos revela como una noticia de que lo que somos en tanto género y entidad abierta al cosmos, un tipo de ser-ente que no puede dejar por fuera el hecho mismo de encadenarse desde lo micro hacia lo macro como una entidad perteneciente a un todo.

Desde este punto de mira, la idea de la causalidad quizá ya no nos venga muy acorde, a medida que la perspectiva cambiaría dependiendo de la región del ser en que uno se coloque, de lo micro hacia lo macro y a la inversa, o como solemos hacer siempre desde nuestro propio lugar de alojamiento que sería lo biológico.

Visto desde cualquier lugar del cosmos quizá no haya causas suficientes ni razones últimas, sino simplemente acontecimientos, devenir irremediable del cosmos en virtud de sus propias fuerzas y dinamismos que lo configuran, pero que, para sernos bien honestos, lo único que en realidad nos interesa es precisamente aquello que encaja con la exigencia de sentido que requerimos para poder supervivir, de ahí que nuestra región intermedia desde la cual operamos mediaciones con lo micro y lo macro resulte un lugar adecuado para privilegiar nuestro punto de entendimiento, más por conveniencia que por excedencia.

Así, podríamos empezar reconociendo que nuestro horizonte de comprensión hacia ciertas entidades como los virus adquieren sentido sólo en virtud de su relación con nosotros, y únicamente a partir de nuestra región biológica como contexto; pues en el orden de lo micro sólo nos queda especular, mientras que hacia la dirección de lo macro nos divierte demasiado teorizar.

Y sí, por un momento suspendidos en esta idea descentralizada de nuestra posición en el cosmos, proponemos que el virus no es causa sino síntoma, en el sentido literal de “acaecer junto a” o “co-incidir con” lo humano, por el hecho de estar encadenado a ello e interactuando con ello, quizá podríamos recorrer la visión causal de lo viral hacia la idea de symptoma, en el amplio sentido de la etimología griega, que nos permitiría avanzar más allá de una búsqueda de explicaciones objetivadas de manera científica, abriendo así la posibilidad de avistar en dicha entidad una especie de significante capaz de remitirnos a una comprensión diferente de su propio significado, por su relación reciproca con la totalidad de lo humano, lo que para fines hermenéuticos ya no implicaría solamente una explicación causal, sino sobre todo paradójica.

Ganamos entonces paulatinamente la posibilidad de poder explicar el virus “acaeciendo junto a” lo humano o “coincidiendo con” él, y que como lo sabemos de sobra, el ser-humano no resulta ser una entidad abstracta sino concreta, social y en relación significativa con el mundo. De ahí que la comprensión del virus pueda remitir a lo humano y lo humano a su vez remitir al virus como “co-incidencia” de sentido, aquí es precisamente donde la lógica de la identidad ya no nos alcanza, pues para poder abrir comprensión de nuestro padecimiento (pathos) global habremos de recurrir a la asistencia de la paradoja como recurso que nos hace ir y venir de un sentido a otro para emplazar este tipo de fenómeno. De acuerdo con esto, a medida que el ser humano es un ente social y mundano, podemos aventurarnos a trazar una primera coordenada que nos encamine hacia el horizonte de una comprensión del virus.

Industria, sujeto y ciencia.

De pronto resulta posible colocar un índice sobre la condición socio-histórica en que se manifiesta el virus, pues como otras plagas o pandemias históricas, este virus “covid-19” comparece en el mundo de lo humano en una situación histórica determinada, que bien puede remitirse al nacimiento del sujeto moderno y los modos de producción capitalista de la revolución industrial. Desde esta primera coordenada nos orientamos entonces a visualizar en el virus y en el ser del hombre una especie de “co-incidencia tempórea” que hace de ellos en conjunto una posibilidad histórica.

La revolución industrial y el advenimiento de la subjetividad moderna del siglo XVIII prontamente propiciaron el surgimiento de nuevas sociedades, teniendo como motor de producción social al sistema capitalista, lo que generó paulatinamente la incursión, en el orden social, de los valores de la producción y la mercancía, pero también los valores de la tecno-ciencia como la eficacia, el rendimiento y la actualización.

Tanto la religión como el sistema-moda, la educación y la ciencia, fueron forjando el ideal de un individuo más noble que respondiera a los valores en turno. La medicina, la psicología y la biología como ciencias prominentes del siglo decimonónico influyeron en la percepción que tuvo de sí el sujeto trascendental de la modernidad, los ideales de la razón y el progreso que guiaron al proyecto ilustrado se amalgamaron muy bien con el advenimiento de la visión científica del hombre. Las ideas evolutivas de las ciencias biológicas y pronto el pensamiento positivo, le destinaron a las sociedades del mundo el brío suficiente para continuar con el proyecto histórico del “humanismo” que, para ser más precisos, tiene todavía una raigambre aún más lejana que lo propiamente moderno.

Estas breves indicaciones socio-históricas nos sirven específicamente para bosquejar mejor la coordenada de las ciencias humanas que ayudaron a forjar el auge del método experimental en el contexto del progreso y la razón, pues forjaron, en su momento, la directriz de nuevas prácticas asépticas de los sujetos que, por poner un ejemplo, con el advenimiento de la medicina, las prácticas sociales como los entierros (Thanatos) y el ejercicio de la sexualidad (Eros) comenzaron adquirir un cariz sanitario, debido al hecho de que los entierros que se realizaban en los atrios de las iglesias ya no daban la buena apariencia, ni la garantía de preservar la salud de las poblaciones aledañas, por lo que se determinaron las medidas sanitarias suficientes para proceder adecuadamente a enterrar a los muertos.

Por otra parte, los estudios sobre las enfermedades sexuales y entre ellos los de la sífilis dieron como resultado el ensamblaje de diversas proto-ideas para articular un concepto clínico acerca de ella; Desde juicios religiosos en donde se hacía entrometer a una entidad extraña de naturaleza demoníaca que promovía a actitudes pecaminosas, hasta las lecturas astrológicas donde los sujetos se ven afectados en la zona de los genitales debido a la conjunción de Júpiter y Saturno bajo el signo de Escorpión. Estas proto-ideas contribuyeron progresivamente a forjar una explicación más racional y científica, que en su momento destinó las restricciones sanitarias para poder regular las prácticas sexuales en pro del cuidado de la sífilis y de la determinación de una moral en torno a la vida sexual de los individuos.

Ahora bien, tenemos noticia de que al ser humano no le han aquejado enfermedades de transmisión sexual solamente, sino de cualquier otra índole que tiene que ver con su vulnerabilidad como organismo, de tal manera que, progresivamente, el cuerpo humano ha sido atravesado por la ciencia para interpretarlo eficazmente como superficie de asepsia a modo de que no permita exponer su vulnerabilidad respecto a su posibilidad de caer enfermo.

Ciertamente, no se trata de ninguna negligencia metodológica ni de aspectos operativos errados para el cuidado del ser humano, todo lo contrario, son los más adecuados si tomamos en cuenta la visión empírica de las ciencias experimentales en su momento, subrayamos por esto el hecho de que con asistencia finamente quirúrgica se ha ido operando en el hombre la posibilidad de hacerlo inmune a algún tipo de virus o riesgo biológico que lo aceche, lo que paradójicamente, en algún momento implicaría la posibilidad de que los anticuerpos puedan hacer de lo humano lo propiamente “anticuerpo”, reduciendo cada vez más la distancia entre nosotros, un tipo de ser vivo y los virus, que ya estando de suyo encadenados en lo biológico, forjarían una proximidad más estable que, desencadenaría en regresión una nueva forma del organismo humano, un nuevo pathos (padecimiento), síntoma de la transformación de un cuerpo en su antítesis.

Pero, antes de poder derivar algo realmente conclusivo a partir de todo lo antedicho, podríamos trazar dos coordenadas más que nos permitan acotar un horizonte definitivo de comprensión que, por supuesto, nos ayude a conectar el sentido que poseen las otras dos coordenadas previamente abiertas.

El fenómeno vida

El ser humano es por sí mismo vida, como ente que “es” tiene una forma de existir que está abierta por el movimiento, pues todo lo orgánico se caracteriza precisamente por este impulso de salida frente a lo estático y lo no organizado, en esencia podría decirse que los seres vivos son animados en virtud de su organización compleja y por su constante propensión al cambio.

Es estrictamente el movimiento lo que suele caracterizar a la vida en cuanto a sus principios de conservación y aumento, no obstante, el fenómeno vida que acontece con propiedad en el hombre puede ser entendido más allá de la vaga idea del movimiento, pues hasta este punto la imagen que hemos recreado del movimiento responde a nuestras percepciones de cosas móviles o movibles, es decir, lo hemos entendido como un fenómeno de desplazamiento o de transición, como cuando nos movemos de un punto a otro, o desplazamos una cosa de aquí para allá, la idea más usual del movimiento la comprendemos así a partir de nuestras percepciones físicas del mundo. Sin embargo, podemos poner aquí otra idea contraintuitiva acerca del movimiento, recuperando eficazmente la lógica paradójica que hemos traído al caso para reorientar nuestro lenguaje hacia nuevas fronteras discursivas.

El movimiento, de esta manera, no siempre tiene la cualidad de ser traslatorio o por desplazamiento, lo que significaría de entrada que algo puede ser móvil sin desplazarse, o lo que es lo mismo, sin trasladarse de un punto a otro. Efectivamente, en este punto suspendemos directamente el principio de no-contradicción, en tanto que, si algo está en movimiento, por sentido común debería poder hacer manifiesto dicha cualidad. No obstante, en el caso de lo viviente, el movimiento puede tomar la forma de la inmanencia, lo que significa que, puede tener un movimiento interno, o mejor un movimiento inmanente, lo que podría remitirnos a la posibilidad de que los vivientes pueden “estar” en movimiento sin moverse.

Aclaremos pues esta paradoja. En la medida en que el ser de lo viviente es organización, podemos indicar que todo lo orgánico para mantener su estabilidad debe poder mover-se ya sea por traslación o por inmanencia, o incluso por ambas, por el hecho de que para conservar lo que se “es” y además aumentar-se, debería sostener un movimiento casi perpetuo si no fuera porque en su origen se registra de alguna manera su propio fin. Así, movimiento, traslatorio e inmanente, evocan consigo la idea de actuar, ya que ser móvil implica siempre la actualización de un dinamismo constante para avanzar más allá de la quietud, tratándose indudablemente de una especie de resistencia frente al reposo.

De modo que, para este último cuadrante de búsqueda de comprensión del virus podríamos pasar de la vida como movimiento a la vida como acto en el ser del hombre, orientando hacia ello, el conjunto de síntesis que más arriba hemos esbozado (la condición socio-histórica, la visión científica del mundo y la vida en tanto que movimiento).

El fenómeno vida se reconoce entonces, como se ha dicho, por su movimiento, por su capacidad de dinamismo interno que la dirige hacia su propia conservación y aumento, es por esto, una especie de acto inmanente que busca su autoproducción para poder cumplir un fin, de ahí que incorpore en su propio ser un movimiento de salida frente a lo inerte. Si quisiéramos tematizar al ser humano como vida habría que empezar por considerar que, siendo un ente móvil, se encuentra siempre frente al mundo en estado constante de actualización, tanto de sus virtualidades orgánicas como de sus posibilidades existenciales, haciendo de él un ente en constante modulación, respondiendo efectivamente a su medio que en todos los casos es un mundo, el mundo que lo circunda y el mundo que en tanto habitación le destina significado.

En este punto es donde precisamente comparece la condición socio-histórica del ser humano, pues la pandemia del virus que nos aqueja de manera global responde de suyo a este aspecto fundamental del hombre, que evoca el proceso por el cual sus actos como posibilidades efectivas sustentan la condición presente de su ser, que es, paradójicamente, donde todo lo hecho posible nos alcanza para apropiarse del futuro como lo que todavía aun no es, pero que puede llegar a ser, presentándose como riesgo o peligro del cual habría que ponerse a salvo.

Frente a esta exigencia que nos interpela como responsables de nuestro destino, el symptoma de un virus nos remite a las preguntas esenciales acerca de nuestra forma de habitar el mundo como seres vivos, pues es estrictamente en la quietud donde la vida se resiste produciendo todas las posibilidades de movimiento, actualizaciones necesarias para la mutación y el cambio de frente a sus propias condiciones que la circundan, es en este momento de crisis donde sus dimensiones orgánicas, históricas, sociales y culturales, convergen para ser replanteadas según y de acuerdo a las propias posibilidades de comprensión que tenga el ser del hombre a la mano para reconfigurarlo todo.

La visión tecno-científica que rige al mundo desde hace ya muchos siglos ha alcanzado en este momento un nivel considerable de responsabilidad, derivado del hecho de que la sociedad y la cultura se encuentran orientadas hacia esta modalidad epistemológica para la organización de la vida humana en cuanto tal. Tanto en el orden cotidiano, como en la industria, en el trabajo y en la sociedad, la tecno-ciencia nos ha posibilitado la comprensión más divulgada del mundo, aunado al hecho de que en muchos de los casos, ésta se encuentra atravesada por los intereses de la inversión privada y el capital, lo que nos conecta directamente con los modos de vida que este binomio nos consigna para el ejercicio efectivo de nuestras individualidades, abriendo así el abanico de posibilidades, pero también de restricciones, que se articulan como entorno-mundo para el fenómeno de la vida humana, y por contigüidad, al fenómeno de la vida en general.

El acontecimiento viral que nos suspende ahora como protagonistas del cosmos, no es más que una pequeña interdicción en nuestra lengua como origen del sentido, que marca específicamente un registro sintomático en la vida del ser humano (social e histórica) remitiéndonos así a los aspectos esenciales que permiten que el cambio y la mutación puedan acontecer, en miras a sacar del impasse la existencia del ser del hombre como viviente, encadenado a la totalidad de las cosas en cuanto significan algo para nosotros, “acaeciendo-con o junto-a” lo humano, aun cuando en nuestra dicción se presenten como agentes externos y diferentes, pero que, contemplados desde otro punto de mira, representan el symptoma necesario que una época y una sociedad necesitan para resignificar, desde la amenazante quietud, sus posibilidades más propias para decidir su destino, más allá del eterno retorno de lo que consideramos como “verdad”, “creencia” o estado perpetuo de las cosas, pues nada más exótico y peregrino para la vida, que la desafiante alteridad erótica de su descanso.

 

Formación

Licenciado en filosofía por el Centro de Estudios Superiores “Guillermo Nicolás”. Maestro en filosofía por la Universidad Veracruzana. Promotor del pensamiento y de la conciencia crítica, dedicado a la divulgación del conocimiento para transformar a la filosofía en un bien trascendental y necesario para la era de la informática.

 

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