top of page
  • José Juan Aragón

Nunca fui normal


Todo mundo se preocupa porque ya les urge salir. Quieren ir a fiestas; quieren ir de viaje; quieren comer en restaurantes; quieren salir con la novia o el novio al parque; quieren sus bodas, bautizos, cumpleaños y reuniones familiares. Los más falsos, van a decir que quieren volver al trabajo o a la escuela, pero sin duda, quieren salir de sus casas. Quieren volver a la vida que tenían antes, esa vida de convivencia y de socialización, sin sana distancia y mayores preocupaciones que las cotidianas.


Todo mundo quiere estar afuera. Como si el estar en sus casas sea todo un martirio. Y es obvio que sí lo es. Ya la coexistencia a la fuerza se volvió cotidiana para las personas con altos niveles de convivencia. Pero para mí, es todo lo inverso.


Cuando empezó todo esto, vino a mi mente de inmediato el peligro que corrían mis papás por rebasar los 60 años, y mi sobrino por tener menos de cinco años. Y yo, el antisocial, al que no le gustan las fiestas, el que desde hace como siete años prefiere una dinámica más tranquila y no salir más que lo necesario, de repente me encontré en la encrucijada: pasar de mi cómodo y hermoso encierro, a salir a la calle.


Mi vida es semi-ermitaña por elección propia. Digo que es semi-ermitaña, porque algunas veces si salgo, algunas convivo, pero no siempre es así. Salgo para ir al trabajo, a veces para ir a ver a algunas y algunos amigas y amigos (de los que por cierto, tengo pocas y pocos), para comprar libros o buscar Hot Wheels, pero de ahí en fuera, procuro no salir. Prefiero mi casa.



Cuando anunciaron que ya existía una vacuna hecha en Rusia, mi deseo por convertirme en voluntario no ha sido tanto por querer salir a la calle a comer tacos y fumar (dos cosas que realmente extraño) sino porque quiero dejar de tener miedo, porque a pesar de que me cuido lo más posible, está latente en mí. Miedo de regresar a mi casa después de ir al mercado a comprar el mandado; o a La Comer para los mismos menesteres. Miedo de que me toquen y contagiarme. Miedo de que me toquen y contagiar. Miedo a tomar la combi, que de por sí, aquí en el Estado de México, siempre representa ya un reto y una incertidumbre de no saber si vas a regresar vivo a tu casa o te volverás parte de la estadística de víctimas de la inseguridad. Dejar de tener miedo a esto es mi prioridad para vacunarme, no tener miedo a ser el culpable a que se enfermen mis padres, mi sobrino-ahijado, mi hermana o mi cuñado.


El mundo postpandemia y la “nueva normalidad” no aplica en mí, fuera de que me protejo lo mejor que puedo y protejo a mi familia, y espero la vacuna. Siempre he rehuido a ser normal: por cómo me visto, por cómo hablo, por lo que como y bebo, por fumar, por la música que escucho y por mis pasatiempos, y por mis preferencias políticas. Allá afuera no hay nada, fuera de las cuestiones que ya he mencionado, para mí. Nunca he encajado como se esperaría socialmente, así que el mundo “normal” será para la gente normal -sea lo que sea que signifique eso- y mi mundo, seguirá siendo aún de 80 metros cuadrados (aproximadamente).


bottom of page