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  • Javier Cadena Cárdenas

La muerte: ese sentido de la vida



“Cuanto vive /

Por fuerza ha de morir”

William Shakespeare


Saber qué es la muerte y cómo prepararse para acogerla, son aspectos que bien podría encomendarse dilucidar el ser humano a lo largo de su existencia. Bajo este supuesto, entonces, resulta relevante responder el siguiente cuestionamiento: ¿Qué es la muerte? La definición más sencilla es la que otorga el diccionario: “Cesación definitiva de la vida” (1). Definición que necesariamente remite a otra interrogante: ¿Qué es la vida? El mismo diccionario dice: “Resultado del juego de los órganos, que concurre al desarrollo y la conservación del sujeto” (2).


Portada: El triunfo de la Muerte, de Pieter Bruegel el Viejo

(1) “Pequeño Larousse Ilustrado”. Edición 1982, página 705.

(2) Ídem, página 1062.


Entonces, por deducción, se puede decir que la muerte ocurre cuando los órganos dejan de jugar y, por ende, ya no hay desarrollo ni conservación del ser humano. Así de sencillo, o al menos así lo parece en un inicio. Otras interpretaciones van más allá. Por ejemplo, Pascal Bruckner escribe:


“Pues en cierto modo hay tres muertes: la desaparición física propiamente dicha; la muerte en vida de los que viven en pecado, es decir, en desunión con Dios, en luto espiritual (en algunas iglesias bretonas, el Infierno está representado como un lugar frío, helado, el lugar de la desesperación); y, finalmente, la muerte como liberación y tránsito de los justos” (3).

(3) Bruckner, Pascal. “La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz”, Tusquets Editores, Primera edición, 2001, página 27.


Para otros, esta posible o real existencia de muerte en vida abarca más que las simples y, a la vez, complicadas convivencias con el pecado. Mircea Eliade, por ejemplo, al comentar el Fausto de Goethe recuerda que


“Mefistófeles no se opone directamente a Dios, sino a la vida, su principal creación. En lugar de movimiento y de la vida, se esfuerza por imponer el reposo, la inmovilidad, la muerte. Porque lo que cesa de cambiar se descompone y perece. Esta muerte en vida se traduce por la esterilidad espiritual; es, en definitiva, la condenación. Quien ha dejado perecer en lo más profundo de sí mismo las raíces de la vida, cae bajo la potencia del espíritu negador. El crimen contra la vida, deja entender Goethe, supone un crimen contra la salvación” (4).

(4) Eliade, Mircea. “Mefistófeles y el andrógino”, Ediciones Guadarrama, Edición de 1969, página 100.



En otros aspectos, la muerte en vida llega a la muerte civil, cuando un individuo pierde sus derechos como ciudadano; o a la muerte política, cuando un individuo pierde la posibilidad de sobrevivir o crecer dentro de ese ámbito de acción; o al deseo de no vivir más producto de, sobre todo, engaños y/o desengaños amorosos, o como quien dice, de amor también se muere.


El mismo Eliade documenta aquella muerte iniciática que, valga la paradoja, vive cierto ser humano en su tránsito a convertirse en chaman, y que a través de una resurrección mística le permite tener la luz suficiente para ver lo que el ser humano común no ve. Dice que esta muerte iniciática, al igual que su contraparte dialéctica –la resurrección iniciática-


“representan un proceso religioso mediante el cual el iniciado se convierte en otro, siguiendo el modelo que revelaron los dioses o los ancestros míticos. En otras palabras, uno se convierte en un verdadero hombre en la medida en que se asemeja a un ser sobrehumano” (5).

(5) Eliade, Mircea. “La...”.- Op. Cit., página 72.


Estudia, a su vez, el destello de luz que de manera imprevista se le aparece al ser humano elegido para encontrar a Dios, y que después de ese instante se convierte un ser renacido o vuelto a nacer, con la verdad divina en sí mismo. Pero ese estudio invariable y dialécticamente lleva a su contraparte al afirmar que la luz aparece en el instante de la muerte física.


Existen escépticos como Carlos Fuentes quien afirmó que


“nunca sabemos lo que es” (6);

(6) Fuentes, Carlos. “En esto creo”, Editorial Seix Barral, Primera edición, 2002, página 163.



o Fernando Savater quien escribe que


“sabemos cuándo alguien está muerto pero ignoramos qué es morirse visto desde dentro. Creo saber más o menos lo que es morirse, pero no lo que es morirme” (7).

(7) Savater, Fernando. “Las preguntas de la vida”, Editorial Ariel, Primera edición, 1999, páginas 36 – 37.



Además, este filósofo español dice que de la muerte se conocen pocas cosas: Que es necesaria, en el sentido de que lo necesario es aquello que no cesa o cede; que es absolutamente personal, no transferible; que es solitaria, igualitaria e inminente; que siempre existe la posibilidad de que suceda, aunque se esté en un medio poco probable para ello. Pero comenta que el tener conocimiento de estos aspectos, que por cierto se explican por sí mismos, no le provoca al ser humano saber qué es la muerte. Escribe:


“En el fondo, la muerte sigue siendo lo más desconocido” (8).

(8) Ídem, página 36.


Este desconocimiento o no conocimiento de un hecho natural, ha orillado al ser humano a hacerse preguntas y a buscar respuestas. Como en el caso concreto de la muerte las respuestas han sido difíciles de encontrar, o al menos no han sido satisfactorias por completo, se han dado entonces explicaciones que apelan más a la fe que al conocimiento o a la razón, a la religión más que a la ciencia, a lo sobrenatural más que a lo terrenal.


Savater dice que


“a través de los siglos ha habido sobre la muerte muchas leyendas, muchas promesas y amenazas, muchos cotilleos. Relatos muy antiguos –tan antiguos verosímilmente como la especie humana, es decir, como esos animales que se hicieron humanos al comenzar a preguntarse por la muerte- y que forman la base universal de las religiones. Bien mirado, todos los dioses del santoral antropológico son dioses de la muerte, dioses que se ocupan del significado de la muerte, dioses que reparten premios, castigos o reencarnación, dioses que guardan la llave de la vida eterna frente a los mortales. Ante todo, los dioses son inmortales: nunca mueren y cuando juegan a morirse luego resucitan o se convierten en otra cosa, pasan por una metamorfosis. En todas partes y en todos los tiempos la religión ha servido para dar sentido a la muerte. Si la muerte no existiese, no habría dioses: mejor dicho, los dioses seríamos nosotros, los humanos mortales, y viviríamos en el ateísmo divinamente” (9).

(9) Ídem, página 37.


El Juicio Final, de Jan van Eyck


Las explicaciones religiosas de la muerte, en donde predomina la promesa al ser humano de una vida más allá de la vida, no han sido capaces, y a lo mejor nunca han tenido esa intención, de declarar la muerte de alguno de sus dioses, ni en el más allá ni en el más acá. Los dioses son inmortales en la muerte, y es que no mueren porque en realidad no viven, o no mueren porque son eternos, como Alá para los musulmanes, por ejemplo. Así, la excepción podría ser Jesús, el hijo de Dios que se volvió humano –encarnó- y murió para la salvación del ser humano y resucitó al tercer día para ir a la diestra de Dios padre y ahí esperar al ser humano a fin de vivir juntos la eternidad en plena gloria.


Para las religiones, los dioses son inmortales, aunque el ser humano ha acuñado expresiones que declaran la muerte o la no existencia de los dioses. A nivel filosófico está Nietzsche y su “Dios ha muerto”; y en México, en 1836, el liberal Ignacio Ramírez, El Nigromante, al ingresar a la Academia de Letrán, con 19 años de edad, se atrevió a decir que “No hay dios”, lo que causó revuelo, aunque no tanto como el provocado un siglo después, en 1948, cuando el pintor Diego Rivera tuvo la osadía de escribirlo en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, y entonces la sociedad conservadora lo obligó a borrar la frase.


Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central de Diego Rivera



En contraposición a los dioses, el ser humano es mortal en la vida. Muere porque vive. Entonces, la ciencia se ha orientado a ganarle vida a la muerte, a tratar de vencer a la muerte a través de conservar la vida. Para la ciencia la vida es lo importante, no la muerte. Las comodidades que trae el adelanto tecnológico y el descubrimiento de medicamentos que previenen y curan enfermedades, que dan salud y más tiempo de vida al ser humano, pareciera que tienden a fracturar esa dualidad que forman la vida y la muerte, y a orientar caminos separados entre ellas. Pero ello no es así. La existencia de esta dualidad la consolida momento a momento la posibilidad que tiene la muerte de truncar la vida del ser humano, de cualquiera y de todo ser humano, en el instante menos esperado, sin importar edad, sexo, raza, situación económica, religión, escolaridad, orientación política, ubicación geográfica o nacionalidad.


Esta posibilidad de hacerse presente en cualquier momento en todo ser humano, hace que la igualdad sea una de las características de la muerte. La diferencia es el cómo se presenta, el cómo sucede; la igualdad es que tarde o temprano se presenta, sucede. Esta posibilidad de que llegue, además, el ser humano la vive de manera cotidiana a través de la violencia, de las catástrofes naturales y de la pobreza. Entonces, se da eso que Héctor L. Zarauz López escribe sobre los mexicanos en general y de una de las aristas de su relación con la muerte:


“Vive la vida como esperándola (a la muerte), pues de hecho vive una muerte diaria, tenue, la muerte a pedacitos que es la pobreza” (10).

(10) Zarauz López, Héctor L. “La fiesta de la muerte”, Editorial Conaculta, Primera edición, 2004, página 16.



Este esperarla no implica necesariamente que no traten de evitarla o, al menos, de atrasar su arribo. A los mexicanos, como todos los seres humanos, les encantaría encontrar la eterna juventud, estadio del reloj biológico que, al menos en intención, podría implicar salud, fortaleza, belleza, calidad de vida y ausencia de muerte. Eterna juventud que los adelantos científicos en cierta medida han proporcionado pero que, a decir verdad, no ha significado que la vida haya vencido a la muerte.


Así, B. Traven con su personaje Macario refleja de manera puntual el valor y reconocimiento que los mexicanos le tienen a la muerte, a la medicina como proveedora de salud, y a la vida misma. De entrada, Macario y su familia viven en carne propia esa pobreza que no los abandona a pesar de jornadas extenuantes de trabajo, si no que al contrario, los va matando día a día. Escribe:


“Siempre se sentía próximo a morir de hambre. Pese a lo cual, todos los días del año, sin descontar los domingos y días festivos, tenía que dejar su hogar antes de que amaneciera para ir al bosque, del que regresaba al anochecer con una carga de leña a la espalda. Aquella carga, que representaba todo un día de trabajo, la vendía por dos reales… y a veces por menos” (11).

(11) Traven, B. “Macario”, Editorial Selector, Primera edición, quincuagésima reimpresión, 2000, páginas 1 - 2.




Esta pobreza materializada, entre otros aspectos, en la escasa comida –frijoles, chile, tortillas y agua de limón- le provocaba una ilusión: Comerse él solo un guajolote, sin compartirlo. Más allá de descripciones desgarradoras y sentimentalismos literarios, B. Traven, expone la sabiduría que la escuela de la vida proporciona al ser humano para distinguir y escoger lo que de momento le puede convenir.


Cuando recibe de su esposa un guajolote como regalo por su santo y está a punto de comérselo, se le aparecen uno a uno el Demonio, Nuestro Señor y la Muerte, en ese orden, pidiéndole que lo comparta con ellos, Macario sólo acepta hacerlo con esta última, y dice por qué. Respecto al Demonio comenta que


“claramente se veía que era rico, pues ostentaba tanto dinero, que hasta lo llevaba cosido en los pantalones por fuera. Así, pues, si hubiera querido, habría podido comprar no un pavo, sino media docena de pavos asados y dos puercos al horno en la primera posada del camino. Por eso no le hacía falta ni una pierna ni un solo alón de mi pavo” (12).

(12) Ídem, página 47.



Sobre Nuestro Señor dice que


“sentí mucho tener que negarle un pedacito, porque fácilmente se veía que tenía mucha hambre y necesitaba con urgencia algún alimento. Pero ¿quién soy yo, pobre pecador, para honrarme dando a Nuestro Señor un trocito de mi pavo asado? Su padre posee todo el mundo y es dueño de todas las aves, porque él lo hace todo, y puede dar a su hijo cuantos pavos desee. Además, Nuestro Señor, capaz de alimentar con dos peces y cinco piezas de pan a cinco mil personas hambrientas, en una sola tarde, satisfaciendo su hambre y quedándole además una docena de sacos llenos de migas y sobras, bien puede con una delicada hojita de pasto alimentarse si realmente tiene hambre. Por ello habría yo considerado un gran pecado darle una pierna de mi pavo” (13).

(13) Ídem, páginas 47 – 48.



Y a pregunta expresa de por qué a la Muerte sí le compartió su pavo, Macario respondió:


“En cuanto le vi comprendí que no me quedaba tiempo de comer ni una sola pierna y que tendría que abandonar el pavo entero. Cuando usted aparece ya no da tiempo de nada. Así, pues, pensé: Mientras él coma, comeré yo, y por eso partí el pavo en dos” (14).

(14) Ídem, página 51.



Entonces, cuando la muerte se aparece no hay poder humano que la detenga, sólo la voluntad de la misma muerte. Macario, por obra y gracia de la muerte, se convierte en médico que salva vidas, siempre y cuando la muerte quiera, y este poder de regresar la salud al ser humano le da poder y riqueza, aunque todo sea en un sueño. Macario soñó que le ganaba vida a la muerte a través de proveer salud, pero lo hizo ya estando muerto. Es decir: Soñó estando muerto.


Sueño-muerte, es otra dualidad presente a lo largo de la historia del ser humano. Carlos Fuentes, por ejemplo, dijo que el sueño es

“un gemelo de la muerte” (15).

(15) Fuentes, Carlos. “La muerte de Artemio Cruz”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Tercera edición, 1967, página 67.



Para otros, la muerte es un sueño del que en algún momento se despertará. Benedict Hughes trae a la memoria lo que San Agustín escribió:


“La muerte no es muerte para nosotros, sino sólo un sueño; a los que llamamos muertos, guardan vigilia hasta su resurrección” (16).

(16) Hughes, Benedict. “¿La cremación? No es para católicos”, en: cari.org/span


Mircea Eliade no olvida a los griegos y dice que en su mitología, el sueño y la muerte, representados por Hypnos y Thanatos, eran hermanos gemelos. El mismo autor escribe que


“los cristianos han aceptado y elaborado la equiparación muerte–sueño: in pace bene dormit, dormit in somno pacis, in pace somni, in pace Domini dormias, figuran entre las fórmulas más populares de la epigrafía funeraria” (17).

(17) Eliade, Mircea. “Mito y realidad”, Editorial Labor, Sexta edición, 1985, página 134.



Sueño y su hermanastro Muerte, de John William Waterhouse



Además, hay que recordar que el concepto cementerio, de origen cristiano, proviene de la palabra griega koimeteron que significa dormitorio. Por ello a los católicos les cuestó mucho trabajo aceptar la cremación o la acuamación argumentando que a la hora de que el alma se despierte del sueño de la muerte, si el cuerpo está hecho cenizas o desintegrado, no tendrá en dónde depositarse de nuevo.


Pero antes de ser sometido a la inhumación, la incineración o la acuamación, al cuerpo hay que declararlo científicamente muerto, sin vida. El filósofo Fernando Savater se pregunta cuándo se está muerto y se responde que


“el límite que se distingue entre la vida y la muerte se desplazó poco a poco a lo largo de los siglos. Hoy se recuperan personas que hace cien o doscientos años estaban clínicamente desahuciados. Los avances tecnológicos nos permiten sorprendentes posibilidades de reactivación del corazón, del cerebro y, en definitiva, de la vida” (18).

(18) Savater, Fernando. “Los diez mandamientos en el siglo XXI”, Editorial Sudamericana, Primera edición, 1994, páginas 91 – 92.



No obstante este desplazamiento y de los avances científicos, existe la práctica popular de cómo saber si un ser humano ya se murió o no. José Agustín escribe:


“Me di cuenta que había muerto. Su corazón ya no latía, no tenía pulso” (19).

(19) Agustín, José. “Vida con mi viuda”, Editorial Joaquín Mortiz, Primera edición, 2004, página 15.



Es decir, los órganos de este cuerpo ya no jugaban más. Entonces, cabe preguntar, ¿esto es todo?, ¿así nada más se determina que un ser humano ha muerto? Los mexicanos todavía recuerdan al actor Joaquín Pardavé quien, según dice el rumor popular, fue enterrado vivo porque lo creyeron muerto. Su corazón había dejado de latir y ya no tenía pulso. O, al menos, no los detectaron los médicos. Con el tiempo el cuerpo fue exhumado y descubrieron, por un lado, que este se había movido; y, por otro, la existencia de raspaduras en el féretro que hacen suponer que el actor desesperado por verse encerrado lo golpeó y rasguñó la tela y la madera. ¿Qué pasó? ¿Estaba muerto? ¿Falló el dictamen médico? ¿Es difícil determinar sin equivocarse que un ser humano murió? De Pardavé dijeron que sufrió un ataque de catalepsia, y que por ello lo habían dado por muerto. Así de simple fue la explicación. Pero, ¿así de simple es definir la muerte?


En México, la Ley General de Salud, en su artículo 343, establece que


“la pérdida de vida ocurre cuando se presentan la muerte encefálica o el para cardiaco irreversible. La muerte encefálica se determina cuando se verifican los siguientes signos: 1.- Ausencia completa y permanente de conciencia; 2.- Ausencia permanente de respiración espontánea, y 3.- Ausencia de los reflejos del tallo cerebral, manifestado por arreflexia pupilar, ausencia de movimientos oculares en pruebas vestibulares y ausencia de respuesta a estímulos nocioceptivos” (20).

(20) Secretaría de Salud. “Ley General del Salud”, en:



En este mismo artículo estipula que


“se deberá descartar que dichos signos sean producto de intoxicación aguda por narcóticos, sedantes, barbitúricos o sustancias neurotrópicas” (21).

(21) Ídem.



Y en su artículo 344 dice que


“los signos clínicos de la muerte encefálica deberán corroborarse por cualquiera de las siguientes pruebas: 1.- Electroencefalograma que demuestre ausencia total de actividad eléctrica, corroborado por un médico especialista; 2.- Cualquier otro estudio de gabinete que demuestre en forma documental la ausencia permanente de flujo encefálico arterial” (22).

(22) Ídem.


La muerte, lo dice el diccionario, es que los órganos del cuerpo dejen de jugar. A la muerte, entonces, el ser humano la lleva dentro de sí, en su propio cuerpo, en sus propios órganos. El ser humano llega a la vida con la muerte incrustada a su ser, y el progresivo desarrollo y crecimiento del cuerpo también es el progresivo desgaste del mismo cuerpo, de sus órganos. El médico Alfredo Rubio afirma que


“la muerte no es la sino que la muerte somos nosotros… Somos pura capacidad de muerte. Esta potencia de morir la vamos convirtiendo, paulatinamente (¿o aceleradamente?) en acto. Es nuestro progresivo envejecimiento” (23).

(23) Rubio, Alfredo. “La muerte no es ‘la’ sino ‘nos’”, en: ua-ambit.org/muerte



Con ello, se puede afirmar que la representación externa que el ser humano hace de la muerte, no deja de ser eso, un algo extrínseco. La muerte, por su parte, es un hecho endógeno, interno del cuerpo del ser humano. El doctor Rubio lo explica:


“El microbio que atenta, o el tráiler que nos abre la cabeza, o el arma que nos atraviese los hígados, no son más que los detonantes que hacen explotar la muerte que llevamos en nuestras propias entrañas, que somos nosotros mismos. Estas cosas nos provocan nuestra muerte; no son la muerte. De nada serviría acuchillar a un ángel inmortal. La muerte no está, pues, en la hoja de acero sino en la vida palpitante que esta navaja desgarra” (24).

(24) Ídem.



Las Edades y la Muerte, de Hans Baldung



Este sucumbir de lo interno ante el embate de lo externo, representa uno de los hechos más violentos de la vida del ser humano. Para Carlos Marx la violencia es la partera de la historia y para Georges Bataille no hay nada más violento que la muerte, que esa desaparición física del ser humano en lo individual, del ser discontinuo, único, diferente a los demás, a todos. También este autor considera al erotismo como un hecho violento –de violación- por antonomasia. Bataille clarifica la vinculación existente entre muerte y erotismo en el ser humano; y es que según Federico Campbell este escritor francés


“reparó en un detalle revelador: los cazadores que aparecen en las vasijas de la Grecia antigua tienen erección cuando cazan. Al matar se excitan. Y se les para” (25).

(25) Campbell, Federico. “El placer de matar”, Revista ‘Milenio Semanal’, número 376, 29 de noviembre de 2004, página 82.



Asimismo, Bataille hace la distinción del ser humano respecto a su antecesor y a los otros seres vivos, en donde el primero se diferencia de los segundos por su capacidad de trabajo, por su raciocinio hacia la muerte y por ver a la actividad sexual más allá de un hecho reproductor y de cuidado de los hijos, por convertir a la actividad sexual en erotismo. Pero el mundo del trabajo –en donde el ser humano necesita paz, tranquilidad y todas sus fuerzas y capacidades- es un universo en donde no tienen cabida la muerte ni el erotismo –actividad del ser humano que al realizarla se gastan muchas energías que luego serán necesarias para el trabajo-, por lo que entonces nace la prohibición, misma que llega a su máxima expresión en los mandamientos de no matar y de no cometer adulterio dados a conocer al ser humano por Moisés. Con esta prohibición se trata de erradicar a la violencia; y también con ella nace su contraparte: La transgresión.


Aunque a decir verdad, la relación prohibición–transgresión dentro de la cultura occidental se origina mucho antes con un hecho mitológico-religioso referente al primer ser humano de sexo masculino y al primer ser humano de sexo femenino. Se crea en el momento en que Adán y Eva desobedecen –transgreden- la prohibición de Dios de que probaran el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. José Saramago pone en voz de un Jesús de trece años un pensamiento sobre el castigo al pecado o delito -transgresión de una regla- y la herencia del mismo:


“Creo que es legítimo pensar que el delito del padre, incluso siendo castigado, no queda extinto con el castigo y forma parte de la herencia que transmite al hijo, como los vivos de hoy heredamos la culpa de Adán y Eva, nuestros primeros padres” (26).

(26) Saramago, José. “El evangelio según Jesucristo”, Editorial Alfaguara, Primer edición, 1998, página 240.



Pero ya en términos terrenales, resulta válido afirmar que todo ser humano sabe que no hay nada que provoque mayor placer que hacer lo prohibido. Entonces, si el matar y el erotismo están en esa categoría, no hay nada más excitante que el realizarlos, no hay nada mejor que la sensación de gusto, de ansiedad, de temor, que la adrenalina produce en esos momentos. Aunque en ocasiones sean considerados como conductas patológicas y causen resquemores, rechazos y condenas por parte del mundo del trabajo, del mundo normal.


La mort de Sardanápalo de Eugène Delacroix


De todo ello supo muy bien el Marqués de Sade, autor al que Bataille le dedica gran parte de sus estudios. Y Bataille sobre este juego dialéctico de prohibir-transgredir, dice:


“El deseo de matar se sitúa en relación con la prohibición de dar muerte del mismo modo que el deseo de una actividad sexual cualquiera se sitúa respecto del complejo de prohibiciones que la limita. La actividad sexual sólo está prohibida en determinados casos, y lo mismo sucede con el acto de dar muerte. Si bien la prohibición de dar muerte es más grave y más general que las prohibiciones sexuales, se limita igual que ellas a reducir la posibilidad de matar en determinadas situaciones. Se formula con una simplicidad contundente: No matarás. Y, ciertamente, esta prohibición es universal, pero es evidente que ahí se sobreentiende: Excepto en caso de guerra, o en otras situaciones más o menos previstas por el cuerpo social. Hasta el punto que esa prohibición es casi perfectamente paralela a la sexual, que se enuncia: No cometerás adulterio; a la cual se añade evidentemente: excepto en ciertos casos previstos por la costumbre” (27).

(27) Bataille, Georges. “El erotismo”, Tusquets Editores, Primera edición, primera reimpresión, 2003, páginas 76 – 77.



Aspecto importante es la convergencia que se da en ciertas sociedades o prácticas religiosas entre el acto de cometer adulterio y la acción de castigarlo a través de condenar a muerte al ser humano que lo llevó a cabo. Y punto relevante también es la salida o solución que se pueda dar a ese acto.


Norman Mailer, siguiendo los evangelios, escribe uno desde el punto de vista de Jesús, y en la parte en donde le presentan a una mujer que acusada de incitar a los hombres a cometer adulterio está por ser apedreada hasta la muerte, aventura una versión sobre lo que Jesús podría pensar al respecto, y por ello lo hace decir:


“Se me brindó una visión de esta mujer en el tufo del pecado. ¡Y con un extraño! Aun así, ella era una criatura de Dios. Podía estar cerca del Señor de maneras que yo no alcanzaba a ver, hasta -¿podría ser?- cuando se revolcaba en sus fornicaciones con extraños. ¿Era ella, entonces, tan diferente del Hijo del Hombre? Él también debía aproximarse a todos los extraños. Sí, era posible que ella estuviera cerca de Dios mientras las manos del Diablo abrazaban su cuerpo. Su corazón podía ser uno con Dios aunque su cuerpo estuviera cerca del Diablo… Me sentía limpio de conmoción hacia esta mujer, y por mis propias palabras. De modo que también dije: El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (28).

(28) Mailer, Norman. “El evangelio según el hijo”, Emecé Editores, Primera edición, tercera reimpresión, 1997, páginas 171 – 175.



Esta mujer pasaría a la posteridad con el nombre de María Magdalena y su relación con Jesús, dos milenios después, todavía no se aclara del todo y sigue causando resquemores, prohibiciones, mitos o descalificaciones. Pero lo importante del pasaje no es que sea cierto o no; o si Jesús pensaría lo que Mailer escribe que pensó.


Lo valioso es que deja entrever que aunque una ley, divina o terrenal, prohíba y condene algún hecho, el ser humano lo realiza –transgrede la prohibición- y, en ocasiones, la razón impera al momento de emitir una condena. La razón permite que el ser humano convertido en juez no condene si también fue actor participante en el hecho a condenar. No debe ser juez y parte, pero además sería un juez sin solvencia moral. Sería un juez que condena a su contraparte en un hecho considerado pecaminoso. Porque hay que tener presente que en la acción del adulterio o de la prostitución participan más de un ser humano; y también en su juicio y condena.


Por su parte, Saramago dice que si Jesús dijo aquello de la primera piedra no fue porque estuviese en contra del castigo a la mujer adúltera y en contra de la ley de Moisés, sino porque él también se sentía lleno de pecado pero que, afirma,


“lo que Jesús parece no haber pensado, quizá por falta de experiencia, es que si nosotros nos quedamos esperando que aparezca en el mundo esos juzgadores sin pecado, únicos, en su opinión, que tendrán derecho moral a condenar y punir, mucho me temo que crezcan desmesuradamente el crimen en ese ínterin y prospere el pecado” (29).

(29) Saramago, José. Op. Cit., página 403.



Por otro lado, la relación muerte-erotismo existente se ve reflejada también en la entrega que sienten entre sí los amantes. El ser humano –y los mexicanos no son la excepción- desea que su amor por otro ser humano y de este por el primero, sea hasta que la muerte los separe. José José, intérprete mexicano, en una de sus canciones le ofrece entrega total a su amada y se compromete a ser siempre de ella, “del altar a la tumba”. Asimismo, para muchos cuando el amor no les es correspondido o se está acabando, es preferible verse a sí mismos o –al menos así lo llegan a pensar- ver muerto al ser humano amado antes que saberlo en brazos de otro amor.


Otra manifestación de esta relación muerte-erotismo es el mismo éxtasis que el ser humano siente al alcanzar el clímax sexual, el orgasmo, éxtasis para el cual se necesita un gasto enorme de energía física. Sobre el comportamiento del ser humano en el trance de la fiebre sexual, erótica, Bataille dice que


“gastamos nuestras fuerzas sin mesura y a veces, en la violencia de la pasión, dilapidamos sin provecho ingentes recursos. La voluptuosidad está tan próxima a la dilapidación ruinosa, que llamamos muerte chiquita al momento de su paroxismo. Consecuentemente, los aspectos que evocan para nosotros el exceso erótico siempre representan un desorden” (30).

(30) Bataille, Georges. Op. Cit., página 176.



Así, se puede afirmar que en una relación dialéctica -muerte/muerte o muerte/erotismo o erotismo/erotismo-, quien mata también muere, aunque sea un poco. Quien manipula los detonantes externos que producen la muerte de un ser humano, al hacerlo tiene una muerte chiquita llena de placer, que a la vez, en términos estrictos, representa un agotamiento –desgaste- de los órganos de su propio cuerpo. Órganos que cuando dejan de jugar producen la muerte de un ser humano.



Fragmentos de las obras, a la izquierda del pintor Henry Lévy que firma La jeune fille et la mort (1900), mientras a la derecha se expone parte de Death and Life (Death and the Maiden) fechado en 1893-94 del artista noruego Edvard Munch.



También se da la ocasión de que los órganos dejen de jugar sin provocar la muerte del ser humano respectivo. Se ha mencionado ya el ejemplo del actor Joaquín Pardavé, pero existen otros. Carlos Fuentes escribe una obra con un personaje -Artemio Cruz- moribundo, consciente para sus adentros y con casi nula comunicación hacia el exterior, el cual, por cierto, vivió sin darse cuenta que su sangre circulaba, que su corazón latía, que su vesícula vaciaba líquidos, que su hígado expulsaba bilis, que su riñón producía orina, que su páncreas regulaba el azúcar de su sangre.


Es decir, vivió sin sentir ni pensar en estas funciones que le daban vida. Y estuvo así hasta que enfermó, hasta que le llegó la situación de moribundo, hasta que estas funciones, dice el autor,


“te obligarán a darte cuenta, te dominarán y acabarán por destruir tu personalidad: pensarás que respiras cada vez que el aire pase trabajosamente hacia tus pulmones, pensarás que la sangre te circula cada vez que las venas del abdomen te latan con esa presencia dolorosa: te vencerán porque te obligarán a darte cuenta de la vida en vez de vivirla” (31).

(31) Fuentes, Carlos. “La muerte…”, página 90.



Fuera de la literatura, el caso del ex presidente de la república mexicana, Adolfo López Mateos, todavía se recuerda ya que con motivo de un aneurisma cerebral estuvo varios años en una situación de muerte en vida, hasta que murió realmente.


Catalepsia y aneurisma cerebral son dos situaciones clínicas en las cuales los órganos del cuerpo que las padece dejan de jugar pero no al grado último de provocar la muerte. En medicina se considera que un ser humano entra en la etapa de muerte clínica cuando manifiesta, según Rafael Campillo, una


“ausencia de constantes vitales y presentando encefalograma plano” (32).

(32) Campillo, Rafael. “Vida después de la vida”, en: patjame.com/vida.asp



O, en palabras de Paulina González y Elizabeth Sosa,


“la muerte clínica es el estado en el que la respiración, la actividad cardiaca y las reacciones cerebrales han cesado pero existe la posibilidad de una reanimación” (33).

(33) González Luna, Paulina y Sosa Altamirano, Elizabeth. “La eutanasia y su panorama”, en: iteso.mx



En la práctica, esta posibilidad de una reanimación del cuerpo para sacarlo de la muerte clínica, provoca un gran debate; y es que esta posibilidad es precisamente sólo eso. ¿Se hace lo que se tenga que realizar para convertir esta posibilidad en realidad? ¿Sí? ¿A costa de que no se logre o que el ser humano, al ser revivido o resucitado, presente un déficit neurológico o alguna otra consecuencia? ¿No? ¿Se deja morir entonces al ser humano? ¿Se practica la eutanasia?


Este debate no se queda únicamente en casos de muerte clínica; abarca también los casos de pacientes que presentan alguna enfermedad incurable, grave o terminal. En este último rubro aparece otra vertiente de provocar la muerte, aunque en estas circunstancias sea la propia: El suicidio. En México aún se recuerda el caso de Pedro Armendáriz, famoso actor que se quitó la vida –se suicidó- al enterarse que padecía cáncer.


Y es que la disyuntiva se centra en si se vive más tiempo, aunque en ocasiones se sufra y se haga sufrir a los demás, o si se provoca la muerte porque ya no se podrá vivir en plenitud, con una calidad de vida aceptable. En este debate, y en muchos otros –como el aborto-, tienen un papel de suma importancia la moral, la cultura, la ética médica y las creencias religiosas. Aunque también a la piedad no hay que dejarla afuera. Sentimiento que se puede convertir en el deseo de que un ser humano enfermo o herido de gravedad muera para que deje de sufrir; o de que no nazca para que no venga a sufrir.


Muerte y vida, de Gustav Klimt



Asimismo, estas autoras diferencian la muerte clínica de la muerte biológica. Escriben:


“Estar biológicamente muerto significa que por lo menos el cerebro ha cesado completa e irrevocablemente de funcionar y ya no es resucitable. La muerte biológica no es tan sólo la muerte de un órgano o la muerte parcial, sino la muerte cerebral y finalmente la muerte de todo el organismo” (34).

(34) Ídem.


Y abundan:


“Sólo quien ha muerto biológicamente, además de clínicamente, ha pasado por la muerte total, definitiva, esto es, la pérdida irrevocable de las funciones vitales que tiene como consecuencia la destrucción de todos los órganos y tejidos” (35).

(35) Ídem.


Esta pérdida irrevocable de las funciones casi siempre se produce de manera inesperada, por ello cuando llega el ser humano no está preparado para recibirla, la propia o la de los otros. En el caso de los infantes, por ejemplo, existe el síndrome de muerte súbita del lactante o muerte de cuna, que es la muerte repentina e inexplicable de un niño menor de un año de edad, de la cual no se conocen las causas que la provocan pero sí una forma de evitarla: Acostar al niño de espaldas (36).


(36) “A dormir de espaldas”, en: mipediatra.com.mx/muerte-subita


Como el ejemplo anterior hay muchos, por lo que sería correcta una afirmación que diga que el ser humano en vida debe abocarse a conocer qué es la muerte, a cómo posponer su arribo y a prepararse para su llegada. La propia y la de otro ser humano integrante de su propia comunidad; o de otra. Sería ideal.


Por su parte, también resulta interesante dilucidar si el alma, en caso de que se acepte su existencia, muere al igual que el cuerpo. Pero para llegar a un final, cualquiera, siempre es necesario empezar por un principio. En este caso, el principio puede ser en plural, al menos hasta dos. Uno, muy general, se refiere primordialmente a la creación. El científico Carl Sagan dice que tanto las religiones y culturas, como la ciencia, tienen sus propios ritos al respecto. Sobre las primeras afirma que


“pocas veces son algo más que cuentos concebidos por fabulistas” (37);

(37) Sagan, Carl. “Miles de millones. Pensamientos de vida y muerte en la antesala del milenio”, Ediciones Grupo Z, Primera edición, 1998, página 65.



sobre la segunda comenta que es el fenómeno conocido como big bang.


El segundo, más particular, es la cuestión de cuándo nace el alma –o conciencia o espíritu o personalidad o yo- en cada ser humano. El mismo Sagan dice que las dos preguntas fundamentales son:


“¿Cuándo se hace humano el feto? ¿Cuándo emergen las cualidades definitivamente humanos?” (38).

(38) Ídem, página 226.



La búsqueda de respuestas a estas incógnitas ha enriquecido y determinado, entre otros aspectos, el debate sobre el aborto.


Esto es en cuanto al principio, pero, ¿y el final? Sobre el cuerpo se sabe que ya muerto se sepulta o crema. Y ahí está. Y este ahí está, se puede afirmar, es literal. Ya en el siglo XVIII Antoine Lavoisier comprobó que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma; y en el siglo XX Albert Einstein amplió esta ley a la energía. Entonces, si el cuerpo del ser humano es materia y energía, pues por ahí debe de andar, aun después de muerto.


Jardín de La Muerte, de Hugo Simberg



Además, en términos religiosos, la misma Biblia sentencia que polvo eres y en polvo te convertirás. Lo anterior es respecto al cuerpo, ¿y el alma? Sagan externó poco antes de morir:


“Me gustaría creer que cuando muera seguiré viviendo, que alguna parte de mí continuará pensando, sintiendo y recordando. Sin embargo, a pesar de los mucho que quisiera creerlo y de las antiguas tradiciones culturales de todo el mundo que afirman la existencia de otra vida, nada me indica que tal aseveración pueda ser más que un anhelo” (39).

(39) Ídem, página 279.



Esta no creencia en la existencia de vida después de la vida, la comparten otras personalidades, de entre los que sobresalen Darwin, Marx, Freud y Einstein. De este último el mismo Sagan recuerda que escribió:


“Tampoco puedo ni querría concebir que un individuo sobreviviese a su muerte física” (40).

(40) Ídem, página 288.


Y más recientemente, el investigador en filología celular, Marcelino Cereijido, manifestó que en la respuesta que la ciencia le puede dar a la pregunta sobre qué sigue después de la muerte, es la siguiente:


“La muerte celular programada es seguida por la vida normal de nuestro organismo, y la muerte de nuestro organismo, es seguida por la vida normal de nuevas generaciones de organismos” (41).

(41) Cereijido, Marcelino. “¿Qué sigue después de la muerte?”, en la revista ‘Ciencia y Desarrollo’, número 213, noviembre de 2007, página 50.



Es decir, lo que sigue a la muerte de un ser humano es la vida de otros seres humanos. Así de simple y así de complejo, combinación que, con certeza le hizo decir al médico cirujano Ruy Pérez Tamayo que


“la muerte permite la renovación de las poblaciones que participan en la selección natural frente a las condiciones cambiantes del medio ambiente; la muerte es el mecanismo de eliminación de los individuos que ya han cumplido con su única función biológicamente significativa, o sea la de dar origen a otros individuos” (42).

(42) Pérez Tamayo, Ruy. “El final de la vida”, en la revista ‘Letras Libres’, número 109, enero de 2008, página 35.


Esta posición, conocida como materialista, forma tan sólo uno de los lados de la concepción que sobre el tema existe y que, en palabras de Gary Doore,


“declara que la conciencia es un mero subproducto del cerebro y que, por consiguiente, no existe nada que pueda perdurar más allá de la extinción de nuestro cuerpo” (43).

(43) Doore, Gary (compilador y editor). “¿Vida después de la muerte?”, Editorial Kairós, Primera edición, 1992, página 10.


Para el mismo autor la contraparte a esta creencia es la conocida como dualista que afirma que el alma


“no sólo es distinta e independiente del cuerpo sino que también sobrevive a la muerte del aspecto físico de nuestro ser” (44).

(44) Ídem, página 10.



Los seguidores en esta segunda forma de pensar son mayoría dentro de la población mundial, y para tratar de comprobar que están en lo cierto se especializan en transcribir experiencias extra corporales, experiencias de aproximación a la muerte, experiencias cercanas a la muerte, estados de transición, estados de transformación, experiencias trans corporales, apariciones, reencarnaciones, experiencias de ampliación de la conciencia, mismas que tienen excelente recepción en el público asiduo a la literatura new age.


La muerte y la doncella, de Marianne Stokes



Pero no sólo en esta corriente tiene seguidores, sino que está vigente en los integrantes de las comunidades religiosas incluidas en este estudio. Arnold Toynbee, por ejemplo, dice de manera clara que


“de acuerdo con las doctrinas zoroástrica, judía farisaica, cristiana e islámica, las almas de los muertos, desencarnadas, sobreviven desde sus respectivas fechas de defunción hasta la ignorada fecha futura en que se cumplirá la resurrección de todos los muertos. De acuerdo con las enseñanzas de Buda, según las describen los textos de la Escuela Meridional del Budismo, el persistente conjunto de estados psicológicos que provoca la reencarnación perdura en estado incorpóreo durante el intervalo que media entre una y otra existencia” (45).

(45) Toynbee, Arnold. “El interés del hombre en la vida después de la muerte”, en “La vida después de la muerte” (varios autores), Editorial Hermes, Primera edición, octava reimpresión, 1991, páginas 20 – 21.


Entonces, el cuestionamiento sobre en qué creer sigue vigente y las respuestas son tan diversas como diverso es el pensamiento del ser humano. Oportunismos aparte y posiciones convenencieras sin mácula, podrían coincidir en la posición asumida por Colin Wilson, misma que para muchos conjuga tanto el conocimiento científico como la fe religiosa y el deseo de sobrevivir, de ser inmortales, y que a la letra dice:


“Así, a pesar de saber que la realidad de la supervivencia después de la muerte dista mucho de estar mostrada científicamente, reconozco, sin rubor alguno, tener la certeza casi absoluta de que sobreviviré a la muerte” (46).

(46) Wilson, Colin. “Destellos de una realidad más amplia”, en Doore, Gary.- Op. Cit., página 35.


Aquí, saber y creer se conjugan y dan la oportunidad al ser humano de no errar. Aquí, conocimiento científico y creencia religiosa convergen pero no se vuelven uno. Aquí el ser humano sabe que a lo mejor no es así, pero desea y cree que así podría ser. Aquí, con ello, el ser humano se aferra a su creencia y anhelo de inmortalidad. Aunque, también aquí, hay que tener presente lo que el escritor Juan José Millás nos recuerda sobre “El inmortal”, ese fabuloso cuento de Jorge Luis Borges:


“Descubre que la inmortalidad es una condena porque lo que da sentido a la vida es la muerte” (47).

(47) Millás, Juan José, y Arsuaga, Juan Luis. “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”, Editorial Alfaguara, Primera edición, México, 2022.



CITAS:

(1) “Pequeño Larousse Ilustrado”. Edición 1982, página 705.

(2) Ídem, página 1062.

(3) Bruckner, Pascal. “La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz”, Tusquets Editores, Primera edición, 2001, página 27.

(4) Eliade, Mircea. “Mefistófeles y el andrógino”, Ediciones Guadarrama, Edición de 1969, página 100.

(5) Eliade, Mircea. “La...”.- Op. Cit., página 72.

(6) Fuentes, Carlos. “En esto creo”, Editorial Seix Barral, Primera edición, 2002, página 163.

(7) Savater, Fernando. “Las preguntas de la vida”, Editorial Ariel, Primera edición, 1999, páginas 36 – 37.

(8) Ídem, página 36.

(9) Ídem, página 37.

(10) Zarauz López, Héctor L. “La fiesta de la muerte”, Editorial Conaculta, Primera edición, 2004, página 16.

(11) Traven, B. “Macario”, Editorial Selector, Primera edición, quincuagésima reimpresión, 2000, páginas 1 - 2.

(12) Ídem, página 47.

(13) Ídem, páginas 47 – 48.

(14) Ídem, página 51.

(15) Fuentes, Carlos. “La muerte de Artemio Cruz”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Tercera edición, 1967, página 67.

(16) Hughes, Benedict. “¿La cremación? No es para católicos”, en: cari.org/span

(17) Eliade, Mircea. “Mito y realidad”, Editorial Labor, Sexta edición, 1985, página 134.

(18) Savater, Fernando. “Los diez mandamientos en el siglo XXI”, Editorial Sudamericana, Primera edición, 1994, páginas 91 – 92.

(19) Agustín, José. “Vida con mi viuda”, Editorial Joaquín Mortiz, Primera edición, 2004, página 15.

(20) Secretaría de Salud. “Ley General del Salud”, en:

(21) Ídem.

(22) Ídem.

(23) Rubio, Alfredo. “La muerte no es ‘la’ sino ‘nos’”, en: ua-ambit.org/muerte

(24) Ídem.

(25) Campbell, Federico. “El placer de matar”, Revista ‘Milenio Semanal’, número 376, 29 de noviembre de 2004, página 82.

(26) Saramago, José. “El evangelio según Jesucristo”, Editorial Alfaguara, Primer edición, 1998, página 240.

(27) Bataille, Georges. “El erotismo”, Tusquets Editores, Primera edición, primera reimpresión, 2003, páginas 76 – 77.

(28) Mailer, Norman. “El evangelio según el hijo”, Emecé Editores, Primera edición, tercera reimpresión, 1997, páginas 171 – 175.

(29) Saramago, José. Op. Cit., página 403.

(30) Bataille, Georges. Op. Cit., página 176.

(31) Fuentes, Carlos. “La muerte…”, página 90.

(32) Campillo, Rafael. “Vida después de la vida”, en: patjame.com/vida.asp

(33) González Luna, Paulina y Sosa Altamirano, Elizabeth. “La eutanasia y su panorama”, en: iteso.mx

(34) Ídem.

(35) Ídem.

(36) “A dormir de espaldas”, en: mipediatra.com.mx/muerte-subita

(37) Sagan, Carl. “Miles de millones. Pensamientos de vida y muerte en la antesala del milenio”, Ediciones Grupo Z, Primera edición, 1998, página 65.

(38) Ídem, página 226.

(39) Ídem, página 279.

(40) Ídem, página 288.

(41) Cereijido, Marcelino. “¿Qué sigue después de la muerte?”, en la revista ‘Ciencia y Desarrollo’, número 213, noviembre de 2007, página 50.

(42) Pérez Tamayo, Ruy. “El final de la vida”, en la revista ‘Letras Libres’, número 109, enero de 2008, página 35.

(43) Doore, Gary (compilador y editor). “¿Vida después de la muerte?”, Editorial Kairós, Primera edición, 1992, página 10.

(44) Ídem, página 10.

(45) Toynbee, Arnold. “El interés del hombre en la vida después de la muerte”, en “La vida después de la muerte” (varios autores), Editorial Hermes, Primera edición, octava reimpresión, 1991, páginas 20 – 21.

(46) Wilson, Colin. “Destellos de una realidad más amplia”, en Doore, Gary.- Op. Cit., página 35.

(47) Millás, Juan José, y Arsuaga, Juan Luis. “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”, Editorial Alfaguara, Primera edición, México, 2022.







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