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  • Joaquín Balancán Aguirre

Un recuerdo de Herbert von Karajan


Esta semana, concretamente el 16 de julio, se cumplen 31 años del fallecimiento de Herbert von Karajan, uno de los directores de orquesta más prominentes de la segunda mitad del siglo pasado, quién a través de sus grabaciones y participación en empresas culturales, se ha convertido en un mito de la llamada música clásica.

Karajan nació en Salzburgo el 5 de abril de 1908, y desde niño mostró cualidades innatas para la música, por lo menos así lo demuestra que a los seis años haya ejecutado un rondó de Mozart y que a los 16 años ingresara a la Academia de Música y Artes Teatrales de Viena para estudiar dirección orquestal.

De esta forma, en 1929, a los 21 años, realiza su debut oficial dirigiendo la ópera de Strauss Salomé en la Festspielhaus de Salzburgo, y entre 1929 y 1934, Karajan fuera director musical de la Ópera Estatal de Ulm.

Durante la época de la Segunda Guerra Mundial, debutó en la Ópera Estatal de Viena (1937), en la Ópera Estatal de Berlín y con la Orquesta Filarmónica de Berlín (1938), sin embargo, no son estas asociaciones artísticas sino su vinculación con el régimen nacionalsocialista los que han convertido a este periodo de la vida de Karajan en un obscuro laberinto.

Es hacia 1948 cuando la carrera del director vuelve a tomar nuevo auge, cuando la disquera EMI decidido vincular al maestro con la Orquesta Filarmonía de Londres, con la que realizó una larga serie de grabaciones que hicieron de él una estrella internacional.

De esta forma, a través de grabaciones y giras, el poder de Karajan se amplió y hacia fines de 1950 y durante la década de 1960, era simultáneamente director de la Orquesta Filarmónica de Berlín; asesor artístico del Teatro de La Scala de Milán y de la Orquesta de París; director artístico del Festival de Salzburgo, director artístico de la Ópera Estatal de Viena; director musical de la Orquesta Filarmonía de Londres y Fundador del Festival de Pascua de Salzburgo. Se le llamaba el “director musical de Europa” y con razón.

Este lugar de privilegio le valió rodearse de los intérpretes más destacados de la música clásica -como es el caso de los violinistas Anne Sophie Mutter o David Oistrakh, los chelistas Yo-Yo Ma o Mstislav Rostropóvich y el pianista Evgeny Kissin, por mencionar algunos- y de la ópera -como son los tenores Francisco Araiza, Plácido Domingo, José Carreras; el barítono Dietrich Fischer-Dieskau o las sopranos María Callas, Mirella Freni Jessye Norman, Gundula Janowitz y Kathleen Battle.

Quizás estas asociaciones musicales -que están registradas en casi 800 álbumes y 50 óperas- y más aún el ejemplo de tenacidad del director por lograr grabaciones perfectas, con el llamado “Sonido Karajan” sean su testamento vivo, y el legado que podemos compartir con las y los amantes de la música.

A más de treinta años de su tránsito a la posteridad, Karajan sigue vivo, lo sé porque lo veo todas las mañanas en el vinyl de la Novena sinfonía de Beethoven o cuando recuerdo que dirigió en Viena el Concierto de Año Nuevo de 1987, cuando escucho su interpretación de la ópera de Giuseppe Verdi Il Trovatore (con un elenco de cantantes de lujo, por cierto) y cuando me emociono al escuchar la Danza Húngara número 1 de Brahms e imaginarlo al frente de la Filarmónica de Berlín logrando ese sonido y eternizando ese presente que es nuestro pasado y que es -sin duda-el futuro de la música.

 

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