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  • Juan Daniel Torres Miranda

¿RUTINA?


Mis pensamientos se aclaran, realmente desconozco si soy yo el que escribe o tan sólo soy el medio por el que alguien quiere expresarse: lo aprecio y continúo. Mi vida se ha visto rodeada de dificultades, malas amistades, excesos que se convertían en vicios, ilusiones perdidas, recuerdos olvidados…

Al final del camino, al final del sendero no sabía qué era lo que podía ver; sí, la vista ya me fallaba… pero lo que podía vislumbrar era simplemente una nueva oportunidad de vivir, y es que dicen los que saben que esto sólo se presenta una vez en la vida, una vez no más. Caminé entre la neblina que algún olor a tabaco escondía. Paso a paso escuchaba el crujir de mis rodillas.

Estiré mi mano para alcanzar aquella luz brillante que me seducía con su resplandor, y es que a mis ojos parecía única, perfecta….

Desperté entre lágrimas y sollozos, no era más que un sueño de algo que esperaba que pasara. Sequé el resto de mis lágrimas con mis dedos y miré directo al techo, no había nada, vacío y hundido en una profunda calma, como deseaba que así estuviera mi alma…

Me levanté con pesar porque sabía que era otro día igual; pero siempre agradecía a mi cuerpo porque daba lo máximo para vivir en el presente. Me acerqué un poco al espejo para ver mi rostro de cerca, lo único que pude ver eran mis ojos tristes; ahogados en un llanto que había sido interrumpido y se había acumulado hasta dejarlos con esa apariencia.

Nadie a mi alrededor me escuchaba llorar, mi llanto y mi lamento siempre se perdía con el cantar de las aves, con alaridos incoherentes, con otras lágrimas más fuertes de otros que sufrían, y en algún lugar, tal vez, sabíamos del sufrimiento del otro, pero lo disimulábamos muy bien. Simplemente bajé la mirada y continué con mi camino.

Mis pasos eran lentos, las actividades que realizaba las hacía con la misma tranquilidad, quería cambiar mi vida; pero no tenía prisa de ello. Lo anhelaba, pero no ahora. Ahora tenía que continuar lavando los trastos sucios.

Después de eso a trabajar, un trabajo repetitivo pero que me hacía sentir una experiencia nueva cada día, me permitía conocer nuevos mundos, nuevos horizontes, a mi punto de vista... Me gustaba ver a mis compañeros y ver su rostros llenos de felicidad y jolgorio, animados por alguna broma o porque sabían que su turno ya era próximo a terminar.

Salía del trabajo con la espalda curveada, por dentro podía decir que todo estaba bien, pero a mi cuerpo no lo podía engañar, había algo… Al subir al bus podía ver mi reflejo en cada persona sentada, algunos con máscaras más felices que otros. Ojos curiosos que volteaban a verme para descubrir la igualdad de mi careta.

De nuevo en casa. La gente con la que vivía a veces me saludaba de buena manera, otras tantas no me volteaban a ver o apenas rosaban mi mejilla. Discusiones ridículas, que iban hasta el punto de lastimar continuamente mi condición y mi estado: que si era un estorbo, que, si era un estúpido sin futuro, una mierda más en el camino esperando a ser aplastada...

No les daba importancia pero resonaban en mi cabeza. No las quería creer. Simplemente me perdía en mis pensamientos y después me arrellanaba entre mis cobijas. Y sólo después me entregaba a descansar...

Ese momento era mi preferido porque cada noche soñaba con la figura de una mujer que irradiaba luz blanca, serenaba mis ansias y todos mis pensamientos. Se acercaba lentamente a mi cama, y se arrellanaba a un lado mío, siempre con sus ojos fijos, que podían desnudar mi alma y dejarla en su forma más sincera, más bella, en la que verdaderamente pienso que es.

Y me acariciaba y secaba mis lágrimas, y me decía que lograba ver la sinceridad que nadie más podía ver, que ella confiaba en mí y era lo que me tenía que importar, que juntos podríamos reencontrarnos, cada cual en el otro. Cada que me dice esto estira sus labios y me besa la frente.

Yo, inmóvil ante aquella ternura, únicamente puedo decirle gracias, porque hace que todo el caos desaparezca, porque me hace creer de nueva cuenta en el amor y a pesar de la distancia y el tiempo puede existir; porque me hace creer en mí mismo y por darme la oportunidad de crecer a su lado… Desperté igual, con los ojos llorosos y el aliento agitado... Pero esta vez sabía que no eran lágrimas de sufrimiento. Gota a gota emanaba el bello elixir de la esperanza…

Para Arianna Argentieri

P.D. Gracias por darme tanta paz, tanto amor, tanta tranquilidad… nuestra tranquilidad. Te quiero tanto.

 


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