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  • Octavio Huesca Heredia

Les amants


El ruido de la ciudad a veces harta, los cláxones, los gritos, las interminables filas, sientes la piel seca, rasposa, cómo poco a poco te succiona la vida, cines y restaurantes siempre llenos, gente odiosa y maleducada, las calles apestan, basura en cada esquina, como movediza arena el estrés lentamente te consume. Pierdes el interés.

De madrugada abrí los ojos, desnuda y con una pierna cruzada ella seguía ahí; me sorprendí y me extrañé, por lo general siempre que despertaba ya no estaba y dejaba una nota de despedida. Fumaba y tranquilamente miraba por la ventana, me recordó a un felino: ágil, sutil, taciturno. . ., en la seguridad de las sombras me pregunté ¿Qué cruzaría por su mente? ¿Observaba a la diminuta gente y pensaba en sus imponderables vidas? ¿Recordaba nuestra plática durante la cena? Sobre El hombre ilustrado de Ray Bradbury, por cierto.

Últimamente se había comportado de manera errática, creo que nunca desde que nos encontramos la había visto así, repetía una y otra vez que no sabía lo que quería, decía que quería renunciar y viajar, conocer más del Mundo, preguntaba si alguna vez tendríamos hijos y si estos serían guapos.

Nunca me he considerado atractiva ni extrovertida, ella sí lo era y aunque tenía legiones de pretendientes, rara vez le hacía caso a alguno, siempre nos decíamos todo, si estábamos molestas, felices, tristes, si teníamos que acudir a aburridas reuniones familiares y no queríamos ir, fingir en entierros contrariedad, si nos habíamos acostado con alguien, si le rompimos el corazón a nuestros padres con nuestras malas decisiones, cuando estábamos mal en general, mental o sentimentalmente, sin duda, síntomas de locura o de enamoramiento total.

La cuestión aquí era: ¿Qué o quién la había arrastrado a ese colapso, a esa espiral descendente? No soy religiosa, fui creada como católica, pero eso junto con los reglazos y normas estúpidas poco a poco fue pasando y quedando en el olvido. Como nada, como todo en mí corrugada vida. Sentí mi estómago exprimirse y querer salir por mi garganta ante la inminente respuesta.

Ella siempre fue así, iba y venía a su antojo, no había orgullo ni pretensión en nuestros mensajes, en nuestras llamadas, en nuestras pláticas; así había sido siempre en nuestro nunca expresado acuerdo, nuestro mudo pacto: En ésta y en todas las vidas que hemos tenido y que próximamente tendremos. Encontrarnos y amarnos, sin condiciones, sin reservas. Sólo intentar comprendernos y amarnos por el simple hecho de existir, de ser.

Bendita ayahuasca[1], gracias por mostrarme los ocultos y diversos caminos de la mente. . . ¿O son del alma? En la ahora oscura y solitaria habitación, que me parecía más pequeña cada vez, divagaba. Esa fue nuestra promesa: Buscarnos. Nunca soltarnos. Amarnos.

 

[1] Bebida tradicional indígena​ de los pueblos amazónicos y andinos de las áreas tropicales y subtropicales de Sudamérica. Existen varios testimonios sobre sus efectos al haberla consumido, supuestamente es posible observar vidas pasadas, eliminar el ego y abrir la mente a otras dimensiones. Se le atribuye un aumento de la consciencia humana al nivel de resolver problemas mentales, curar adicciones y dar experiencias espirituales únicas.

Cuando movió sus piernas para reacomodarse, salí de mi ensueño, mientras ella seguía mirando por la ventana y a la vez, yo la (ad) miraba, oculta envuelta en las sábanas de la cómoda cama. Era realmente hermosa y no digo esto a la ligera, fui fiel testigo de muchas de sus facetas, de sus etapas, sus diferentes formas de vestir, sus fijaciones, sus parafilias, experimentos con el color y el tamaño de su quebrado cabello, vi un millar de colores en sus labios, en sus párpados, conocía lunares que no creo que ni ella sabía que tenía y sobre todo, fue testigo de sus formas de pensar, de su maduración, de su evolución.

Creo que eso me hacía crecer a mí también de cierta manera, yo, su fiel escudera, su refugio y fortaleza. Cuando flaqueaba yo siempre estaba y estaría para sostenerla. Lo sabía, mi pecho me lo dictaba. Como una cambiante Luna ejercía su influencia sobre mí, trataba de que no lo advirtiera, porque eso sería mi completa perdición, sin embargo, confieso y sospecho que, a la vez sé que ella fingía el no darse cuenta de esto. Prueba inequívoca de que hay mentiras blancas, lindas, puras. Generalmente comienzas a mentir cuando todo es perfecto y quieres que continúe así.

- ¿No te encelas? - me preguntó, mientras expulsaba el fuego de sus pulmones que inundó la habitación, me tomó por sorpresa, como si hubiera leído mi mente, como un sabio dragón cuidando un insondable tesoro en la penumbra.

- ¿De qué? - fingí demencia, contesté buscando sus hipnóticos ojos aparentando seguridad, mientras recargaba la cabeza sobre mi brazo.

- De todo lo que te cuento, de toda la gente que me desea.

- ¿Por qué querría cortar tus alas y enjaularte, si adoro verte volar?

Lentamente se puso de pie, acomodó su hermoso pelo, cerró la ventana. Ya en la cama, con mis piernas alrededor de ella, tiernamente me besó y atravesó mi alma con su contundente mirada.

Después todo fue indecible placer, nos desvanecimos para siempre en el torcido humo de su cigarro.

 

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