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  • Octavio Huesca Heredia

Quimera

De vuelta a la Universidad, en el pupitre, al estudio, en el aula, el profesor daba su cátedra, voz estridente, contestaba dudas, no puede como usualmente sucedía, reconocer la asignación. A mi diestra, un compañero que conozco desde primero de primaria, Patricio, lloraba, su viaje a China se había estropeado, su novia y su perro trataban de animarlo, en vano.

Sentado junto a mí había un enorme pavo real, ponía atención y anotaba los detalles que le parecían importantes, con suma precisión. Escribía en cursiva.

- ¿Melek Taus?[1] – pregunté, pensando que me encontraba frente a la divinidad, y me dispuse a tocarlo. Un picotazo como respuesta recibí, los ojos en la cola del ave, todos ellos, al unísono y con pronunciado enfado cada movimiento que hacía, vigilaban.

[1] En yazidí: el Ángel Pavo real, demiurgo que creó el Cosmos a partir del cósmico huevo.

Me cambié de silla y cuando me disponía a escribir, reparé en mis manos, en mis uñas para ser más preciso, de éstas, algo emergía, se movían como serpientes, tiraba de ellas y seguían saliendo indoloramente, me sentí por un momento, como un payaso; cuando realizan el truco de sacar trapos de diversos colores de sus mangas, estos no eran trapos, se asemejaban a cables que de alguna manera se habían metido en mi aturdido cuerpo, viéndolas más de cerca, me di cuenta de que eran mis venas huyendo, ratas abandonando el barco antes de hundirse (válgame).

El profesor quien era la viva imagen de Freud, pero sin cocaína, alzó la voz y preguntó si había dudas, respondí que no y aun así se acercó, vio mis manos y mis huidizas venas, que continuaban sin importarles nada en su planeado escape de mi aletargado cuerpo, riendo.

- Tienes una enfermedad- me dijo muy serio.

- ¿Cómo se llama esta enfermedad? -

Justo cuando contestó un escándalo en el aula me impidió escuchar la respuesta, un libro que alguien arrojó, rompió una ventana que daba al patio, por un momento y con el rabillo del ojo, vi el Hindú Kush y el pavo real salió volando, de la boca del profesor solo comprendí al final la palabra “HUMOS”.

- ¿Y qué hace esta enfermedad exactamente, profesor? – continúe.

- Te mata - me contestó con una sonrisa, mientras prendía su pipa - Te mata.

Diciembre

Todo me recuerda a ti. En mis lecturas sólo hallo tus proezas, en la playa, sumergido, la marea sutilmente me lleva a ti.

Si dormito, Céfiro susurra tu nombre a mí oído y el césped cómplice, me relata las veces que paseaste camino al molino, tarareando una enamoradiza melodía de tu composición que, los cardenales han aprendido y recitan al pie de mi ventana sin cesar.

No quiero despertar.

Apocada deserción

¿Quién estipuló el bouquet como señal de aprecio?

En muros de caricias a dónde no llega el sagrado intento.

Tren imparable de polo a polo avanzando, marchando.

La impensable piedra en el zapato.

Y de la nada, neva tu soledad encadenada.

 

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