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  • Alexa Moreno Buendía

De héroes y heroínas


Ilustración: Alexa Moreno

Andrea es una niña a quien le gusta salir al parque a jugar fútbol con sus amigos, pero también prefiere las actividades dentro de casa como leer cuentos de caballeros y hadas, dibujar dinosaurios con lápices y plumones de colores, y jugar horas con su hermano Simón.

Andrea es la más pequeña de la familia. Simón es su hermano mayor. A Simón poco le importa que Andrea sea la menor pues piensa que son hermanos y eso es lo único que vale.

Una tarde de verano Andrea salió al parque a jugar con sus amigos. Decidió sentarse en una banca a esperarlos. Mientras aguardaba, observó con su lupa las hierbas verdes y los bichitos que se escondían debajo de la tierra. Andrea sonreía a los grillitos y a las catarinas que encontraba ¡Ahora una lagartija se escabullía rápidamente al percibir su presencia! Pero esto a ella le causaba gracia y ternura a la vez.

Andrea apuntaba con sigilo la lupa hacia los insectos. No fue hasta que vio una hilera de puntitos negros sobre la grava del camino de andar del parque que supo que algo andaba mal. Decidió alzar la lupa lo más cerca posible de su ojo y advirtió algo horrendo: ¡una pequeña hormiga negra se retorcía de patitas a cabeza de dolor!

─ ¡Ayuda! ¡Ayuda! ─ gritaba la hormiga herida.

En seguida Andrea advirtió a un grupo de hormigas negras y rojas que corrían a toda velocidad. Sudaban de cansancio pues no debe ser fácil con su tamaño recorrer cinco metros de distancia.

─ ¡Me duele! ¡Me duele mucho, mucho! ─ seguía gritando con gran queja la hormiguita.

Andrea le respondió:

─ ¡Ya los veo llegar! ¡Vienen a salvarte!

La hormiguita se lamentaba diciendo que uno de los Gigantes con Zapatos la había pisado accidentalmente pero sin ningún cuidado. Comenzaba a rezar tres Aves Marías como si fuera un trabalenguas.

─ ¿Quieres que te cuente un cuento en lo mientras? ─ inquirió animosa Andrea.

─ ¡Me duele! ¡Me duele!─ decía llorando la hormiguita.

─ Pero, ¿Qué te duele, hormiguita?

─Mis patitas y mi colita─ repetía sin parar la hormiguita.

El grupo de hormiguitas negras y rojas al fin llegaron a su encuentro. Una de ellas sacó una pequeña libreta y comenzó a apuntar lo que pasaba preguntando a Andrea su nombre completo, edad y domicilio. A lo cual ella respondió educadamente insistiendo que solo quería ayudar a su compañera hormiguita. Al escuchar esto, la hormiguita escribana se volteó con un aire receloso.

Otra hormiguita salió del grupo con un botiquín de auxilios del cual extrajo un estetoscopio. La hormiguita herida lloraba y lloraba mientras le auscultaban su corazoncito. Andrea advirtió la perfecta coordinación del grupo con la que ayudaban a su compañera malherida.

─ Apunte. Tres latidos por segundo. Correcta respiración. Patita izquierda anterior fracturada. Abdomen con dislocación no grave, ─ decía la hormiguita del botiquín de auxilio a la hormiguita de la libreta ─ recuperación en cinco días, nada de trabajo. Listo. Llévenla a su hormiguero.

Amarraron a la hormiguita herida en una hoja verde. Las hormiguitas negras y rojas se acomodaron debajo de la hoja de manera que cada una cargara una esquina. Andrea se mostraba sorprendida y cautivada por el acto de compañerismo, amistad y ayuda de las hormiguitas.

─ Señoras y señores hormigas, permítaseme presentarme: Soy Andrea. Puedo ayudar a llevarlas a todas al hormiguero─ sugirió animosa Andrea─ soy más grande que ustedes y puedo recorrer en un segundo lo que ustedes en media hora. Así no sufrirá más tiempo su amiga y podrá descansar más pronto.

Las hormiguitas se reunieron en seguida y se secretearon entre sí como si de una decisión importante se tratara. Y es que lo era para ellas pues no confiaban en los Gigantes con Zapatos, Gigantes con Zapatos como lo era Andrea también. No debe ser fácil defenderse en un mundo que se pronuncia hostil y contrario al minúsculo tamaño de éstas. Andrea entendía la situación. No se ofendió. Al contrario, pensaba que era justo.

─ Está bien. Confiaremos en ti ─ pronunció finalmente la del botiquín.

─ ¡Muchas gracias!─ gritaron en seguida todas en grupo.

Todas subieron a las manos de Andrea. Mientras se dirigían al hormiguero, la del botiquín le preguntó el porqué de su ayuda. Andrea le contestó que era lo que se debía hacer cuando alguien está en peligro, sin importar el tamaño, el color o la apariencia. Andrea siguió:

─ Únicamente hago lo que ustedes hicieron.

La hormiguita cerró su botiquín sonriendo.

Llegaron finalmente al hormiguero. Todas descendieron. Al bajar cada una de ellas se despidió de Andrea. La hormiguita herida le agradecía con su patita no lesionada, la alzaba diciéndole adiós.

Cuando Andrea llegó a su cuarto, la luna se asomaba por su ventana. Acostada en su cama pensó en lo que había sucedido esa tarde. Sintió en su corazón un calor como el de una fogata. Un calor que solo puede dar la sensación de ser un caballero héroe o una hada heroína como los de sus cuentos. O bien, una sensación de ser una hormiguita que salva a otra hormiguita en medio de un mundo de Gigantes con Zapatos.Sonrió y durmió.

 

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