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Octavio Huesca Heredia

El desafío


Déjame beber del ámbar, de la sagrada savia de la vida, danzando alrededor del renacido rosal prohibido. Es mi personal medicina, es mi meditación sin sintonía.

Vida marchita casi nula, que a la velocidad de un aleteo de colibrí se encoje, antiguas glorias, personales triunfos, recreas una y otra vez sin el sueño poder conciliar, noches que pasaste en desvelo, confesando secretos que nadie más sabía. Cosas que nunca jamás volverás a nadie contar.

Cuando te abres con la gente pueden verlo todo, fortaleza, valor, pero también, le dan un vistazo con morbo al llanto y al dolor. Levantado por el canto de gallos haciendo bizcos y a tu alrededor observando la horrida pesadilla, la trocha torcida que es tu vida, completamente ajena a lo que te imaginabas cuando eras un infante de delirantes sueños huraños.

Espejismo roto, rompiendo los controles de los videojuegos en los que perdías, rayando discos del coraje, pegándote en la cara frente al espejo del baño por llorar frente a otros por perder en algún juego de niños y ser según tú “débil”, escondiendo tus juguetes para que los ladrones que tienes por primos no te los roben, consentido hasta el hartazgo por ser el menor y con más azúcar que sangre en el regordete y cuasi diabético cuerpo.

¿Te sentirías cómodo con otra oportunidad? ¿Te gustaría renacer en algún otro país? ¿En otro planeta? ¿En alguna forma no humana? ¿Con diferente sexo? O ¿Prefieres el oblivion[1]?

Lo sé. Difícil decisión.

Al oído me susurran haciéndome cosquillas las esponjosas nubes contándome mágicos y ancestrales recuerdos, sobre la gloriosa Excalibur custodiada por la Dama del Lago, ahora por siempre perdida y como todo lo cortaba. En Asia a la sombra del Árbol de Bodhi, Siddharta Gautama la iluminación alcanzaba. La traición y usurpación de Victoriano Huerta dando inició a la Revolución Mexicana.

Como el 6° ejército alemán congelado en Stalingrado se rindió y la no menos extraña desaparición del Vuelo 370 de Malaysia Airlines en la bruma que algún negro dragón invocado indudablemente provocó.

Demasiada información para mi pequeño e impresionable cerebro.

Me marea el humo que emana de mi cráneo. No quiero pensar que mis letras en vano son escritas, no quiero que crezcan tumbas en mis tulipanes. En recortes mal hechos, elaborados con oxidadas tijeras que hacen demasiado ruido, sin parecido entre sí, suenan alegres risas en el eco de la lejanía. Mi lenguaje es vacuo, para algunos seres no vale no es nada, letras desperdigadas sin orden ni significado en el espacio olvidado.

Tengo signos de interrogación tatuados en el rostro porque siento que no sé nada. Ojos que miran de forma sagaz o al menos lo aparentan creo que con ellos podría finalmente llorar y no siempre de tristeza.

En mis manos con cuidado los trataría, incluso y esto te confieso en el más absoluto de los secretos y en confianza, los amaría. Los besaría y bajo mi almohada todas las noches los ocultaría. Con ellos en mis vacías cuencas al borde del precipicio me veo admirando miles de atardeceres con sutiles pinceladas de diversos colores que no del todo puedo nombrar, una luz de fondo en el rugido de la deslumbrante cascada naciente.

Para, espero y rezo a los antiguos creadores nunca presenciar dos iguales amaneceres. Destello que me baña en doradas efervescencias, me hace, me destruye y me recrea. Parecido a cuando en épocas de frío desaparece el vaho que de tu cuerpo emerge.

No quiero frases religiosas ni filosóficas en mi lápida, no quiero tulipanes de variados colores floreciendo al pie de mi sepulcro. Es más, y este es un abierto desafío: No quiero una tumba sobre la cual lágrimas sean derramadas.

 

[1] Olvido


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