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  • Jesús Manuel Zúñiga Pérez

El gran otro a través del discurso distópico. Alegorías y representaciones en el cine y la literatu

Las élites políticas/económicas que detentan el poder y configuran el orden hegemónico a escala global se valen de todo tipo de medios punitivos o no, para posibilitar la prevalencia de los sistemas en los que supuestamente, los individuos, la sociedad y la humanidad entera habrá de sobrevivir y coexistir con el mundo. Y de alguna manera, el objetivo es cumplido a cada instante a pesar del auge (que no sólo en la academia), de discursos aparentemente críticos, conscientes, socialmente responsables, empáticos, tolerantes, humanistas, multiculturales, multidisciplinarios, desideologizados y de pensamiento libre, por mencionar algunos.

La crítica tanto como la acción o la crítica y el discurso como invitación a la acción parecen estar desarticulados o bien, sometidos a un proceso imperceptible de neutralización que desactiva todo ánimo transformador desde prácticamente cualquier plataforma.

¿Qué tiene que decir el psicoanálisis de lo social?: Los discursos distópicos de la literatura y el cine de ciencia ficción contemporáneos, contienen elementos equidistantes que permiten un acercamiento a categorías propias del psicoanálisis y posibilitan sostener observaciones de los conflictos sociales antes enunciados, así como nutrir las posibles soluciones.

En dichas expresiones artísticas, que además son actividades económicas y un medio de configuración de subjetividades a través de la propagada, por ejemplo, tiene un peso determinante el trazado de El gran Otro, el orden de lo simbólico/virtual, que en palabras de Slavoj Žižek, (quien parafrasea a Lacan), se trata de la red que estructura nuestra realidad y por lo tanto es posible vislumbrar la alienación del sujeto dentro de ese orden de lo simbólico, a pesar de la aparente crítica a los totalitarismos, a la violencia, a la vigilancia y el castigo, éste mismo queda reducido en una pasividad absoluta e instrumentalizada para finalmente reproducir el orden mismo que dice subvertir desde la comodidad de la libertad paradójica en la que también es coproductor y guionista.

Aparece en escena un sujeto vestido completamente de negro. Llueve. Parece un tanto perturbado, de semblante sombrío, ninguna particularidad entrañable, distante, ensimismado. Acto seguido, un automóvil reflecta la sombra del mismo sujeto en un callejón oscuro, fétido e inmundo; que no obstante resulta bastante familiar. Su respiración se acelera en la medida en que el auto se aproxima lentamente a él, el corazón aumenta su ritmo súbitamente, el cuerpo se estremece impaciente, los sentidos se agudizan a pesar de la sensación de parálisis que experimenta y ahí, sin más, descubre horrorizado que nadie conduce ese vehículo…

¿De qué va el guion? ¿Qué falta? o bien, ¿qué es la falta? ¿Podemos situar la falta precisamente en el hecho de que no poseemos un lenguaje apropiado que defina estos hechos, no al menos en los análisis aparentemente críticos de la academia o la militancia política? La falta en sociología, por ejemplo, es imperceptible en tanto que no es su objeto. Por eso la necesidad de hacer una lectura desde el psicoanálisis, pues,

…en el psicoanálisis el objeto es el sujeto del inconsciente (…), una falta de objeto de la cual, el sujeto es únicamente su soporte. Se advierte que el sujeto en psicoanálisis no es el sujeto filosófico opuesto al objeto.[1]

 

[1] Páez Díaz de León, L. El Rompecabezas de la Estructura en Psicoanálisis. Vertientes Contemporáneas del Pensamiento Social Francés, Escuela Nacional de Estudios Profesionales, Campus Acatlán. México, 2002, p. 125.

Es decir, ¿falta El gran Otro, el orden simbólico-virtual que estructura nuestra realidad o la percepción de ésta?

Así, el mundo trazado en la escena que da comienzo a este texto. Si bien podría tratarse de un infructuoso intento de un mediocre escritor por retratarle al menos, el sujeto en la hipermodernidad se ilustra invariablemente absorto, vestido de negro o de rosa, paralizado, llorando o sonriendo; pasivo y ansioso. Siempre frente a un algo o alguien que le revela su posición en el universo y las funciones a las que ha sido encomendado en ese mundo, decadente, hostil e inverosímil al que llamamos hogar. Y no versan estas líneas sobre la desacreditación de la historia como un vulgarizado cliché que no se cansa de retratar el futuro como una pesadilla terrorífica con vastos símiles en el presente.

Lo que realmente interesa rescatar es la constante, el síntoma que es revelado en la aparente necesidad del hombre de construir por medio del discurso distópico en la literatura y el cine, antídotos contra ese futuro funesto por medio de la anticipación y difusión del mismo, en una suerte de normalización e interiorización del inexorable advenimiento. No se distingue en primera instancia al Gran Otro como protagonista de dichas narraciones.

Y a este respecto, podemos advertir que no lo asumimos porque predomina una variable en ocasiones incontenible como lo es la subestimada y peligrosa Doxa. Resultado de un proceso de inoculación en la era que se nos presenta como post ideológica. Ya advierte Žižek:

Esta forma hegemónica del multiculturalismo se basa en la tesis de que vivimos en un universo postideológico, en el que habríamos superado esos viejos conflictos entre izquierda y derecha, que tantos problemas más causaron, y en el que las batallas más importantes serían aquellas que se libran por conseguir el reconocimiento de los diversos estilos de vida. Pero ¿y si este multiculturalismo despolitizado fuese precisamente la ideología del actual capitalismo global?[2]

 

[2] Žižek, Slavoj. En Defensa de la Intolerancia. Editorial Diario Público. Barcelona, 2010, p. 11.

Cuestión de suma importancia para el análisis que nos ocupa, pues tal parece que la hipermodernidad nos ha llevado a creer en la esterilidad de reconocer al otro en nosotros mismos e incluso en la efectividad de la crítica como vía de interpelación del poder, así como la sobrevaloración de la opinión pública y el sentido común.

El hiperindividualismo que supone un principio de autonomía en los seres humanos obedece a la lógica de una sociedad de consumo, narcisista; según Gilles Lipovetsky en su última conferencia en la Ciudad de México esto se traduce en la capacidad individual de consumir, “vivir bien” y autosatisfacer el hedonismo consumista para crear modelos de sí mismo, lo que constituye un principio de “felicidad paradójica”. Felicidad que podemos tildar de somática en términos de Aldous Huxley cuando en Un Mundo Feliz el totalitarismo es asumido a través de estímulos placenteros en aras de la prevalencia del orden social, aun cuando éste es jerarquizado, elitista y en consecuencia desigual.

Los mismos rasgos podemos hallar en otra distopía clásica: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, cuya preocupación radica en un sistema social totalitario que suprime la sensibilidad y el deseo de conocimiento, tacha el goce por este medio, superponiendo el entretenimiento vacuo de los talk shows, una instrumentalización total del individuo que es al fin confinado en una zona de confort inapelable a través del consumo. Preocupación engendrada de la siguiente sentencia enunciada por el mismo autor:

Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Si el baloncesto y el fútbol inundan el mundo a través de la MTV, no se necesitan Beattys que prendan fuego al kerosene o persigan al lector. Si la enseñanza primaria se disuelve y desaparece a través de las grietas y de la ventilación de la clase, ¿quién, después de un tiempo, lo sabrá, o a quién le importará?[3]

 

[3] Bradbury, Ray. Fahrenheit 451. Barcelona: De bolsillo, 1993, p. 12.

En este caso la configuración de subjetividad del individuo se establece por medio de la ilusión de libertad que prevalece en la actualidad. Libertad paradójica, de consumo; pues, ahora como entonces, los aparadores de la hipermodernidad, con sus anuncios brillantes de neón, vienen advirtiendo la alborada de una época sin precedentes en la historia de la humanidad.

A la venta: grilletes forrados de felpa rosada, huipiles de diseñador, banderines comunistas, dildos dobles, interrupción del embarazo exprés, pena capital, matrimonios de personas del mismo sexo, que no homosexuales, banderines fascistas, artesanías producidas en serie made in China, feng shui, tarot, yoga, vudú, chamanismo, peyote, marihuana y ayahuasca en distintas presentaciones, veganismo, derechos humanos, etcétera. Así el mercado global contemporáneo, incluyente y concienzudo. ¿Defensa de la pluralidad de modos de existencia, organización social y expresiones culturales libres?

Volvemos a Žižek cuando ha sido punzante al señalar el multiculturalismo como una vía innovadora del capitalismo para renovarse y reproducirse en la sociedad actual, donde el papel de la tolerancia a lo extraño, a lo distante, funge como un espejismo de libertad. Suele pensarse como un producto inédito del post colonialismo cultural y económico, como un síntoma de civilidad y progreso derivado del cosmopolitismo moderno de racionalidad.

Ahora bien, El gran Otro aparece en la medida en que la crítica a la sociedad industrializada es permitida desde la élite, consentida como una vía que constriñe a la misma en la neutralidad absoluta. Para ilustrar lo anterior, deseo servirme de una equiparación entre los términos Big Brother orwelliano y el Big Other lacaniano.

La similitud de ambas “categorías” no es coincidencia al revisar el contenido de la afamada novela 1984, en cuya distopía encontramos una dictadura acorde a las experimentadas históricamente en el mundo. Vigilancia y castigo son la esencia misma del mecanismo panóptico que posibilita la imposición de un régimen que deshumaniza a los individuos, reprime e instrumentaliza en aras de preservar el orden establecido.

Por su parte, El gran Otro, funge como el agente que legitima dicho orden en el terreno de lo simbólico, que por supuesto, es llevado a la práctica. No necesariamente en aquella Inglaterra sombría y apocalíptica sino en el moderno Gran Hermano, que no sólo como reality show, personificado en el acceso a la información y control sobre las actividades y preferencias de los individuos en la cotidianidad de la vida moderna.

Así mismo de sus intereses particulares, inclinaciones políticas y la vigilancia/monitoreo de su participación política, dentro de centros de trabajo, escolares o de cualquier colectivo que ostente un peligro al mantenimiento del status quo.

Es decir, a pesar de los discursos que solapan la crítica como una libertad y derecho inalienable, la misma es desactivada a través del discurso mismo y los aparatos coercitivos que se han destinado para dicho propósito. Preconizados éstos de tal manera que constituye la alienación del sujeto dentro de ese orden de lo simbólico. Tal y como se representa en la película Matrix, estamos frente a la realidad que distorsiona la percepción de la realidad regulada por reglas arbitrarias que pueden o no suspenderse.

Este «gran Otro» es el nombre para designar la sustancia social, para todo aquello por lo que el sujeto nunca está plenamente en control de las consecuencias de sus actos, es decir, por lo que, en última instancia, el resultado de su actividad siempre es algo diferente de lo que había perseguido o anticipado[4]

 

[4] Žižek, The Matrix, o las dos Caras de la Perversión, p. 294.

En otras palabras, y siguiendo este orden de ideas, los individuos somos incapacitados para intervenir en dicha configuración de la realidad misma, que cabe destacar no ha sido instaurada por ningún ente específico y sin embargo sirve a los intereses de quien ostenta el poder.

Los fenómenos taquilleros de best sellers que no pocos consideran “literatura basura” o “adolescente” por el hecho mismo de preconizar los discursos distópicos clásicos a través de romances juveniles y dramas situacionales endebles como las sagas The hunger games o Divergent, por mencionar las más populares.

En dichas sagas es posible apreciar la misma estructura que libera una crítica al mundo actual que prevé y sugiere un futuro aterrador, en donde el móvil sigue siendo el mismo, desigualdad, estratificación, pauperización, cosificación por medio del espectáculo vulgar y totalitarismos aparentemente perfectos que parecen extraídos de “ecuaciones” propias de corrientes teóricas de la sociología como el funcional estructuralismo parsoniano que desconoce al individuo pulsional, y por ende la constante resistencia de la humanidad a la automatización y homogeneización de pensamiento que no obstante, desactiva o neutraliza todo afán verdadero por transformar la realidad.

Una vez más, en estos discursos distópicos “actualizados”, el gran Otro hace presencia sugiriendo la imposibilidad de rebatir e interpelar al poder dado que no tiene cabida la idea de coexistir sin un sistema social que gobierne a los individuos. Sea cual fuere éste, totalitarismo, democracia liberal, usos y costumbres, capitalista o socialista, se asume ineludible según esta organización lógica del hombre que regula las relaciones del sujeto con la cultura a través de El gran Otro como representante del orden simbólico. Así pues, según esta lectura en sí misma distópica y como he mencionado con anterioridad, está impedida de transformar la realidad ya que, por antonomasia, la realidad no existe.

FUENTES CONSULTADAS

-Bradbury, Ray. Fahrenheit 451. Barcelona: De bolsillo, 1993.

-Collins, S. The Hunger Games. Océano, 2009.

-Huxley, A. Un Mundo Feliz (1932). De bolsillo. Barcelona, 2000.

-Lipovetsky, G. Conferencia Magistral, Desafíos del Individualismo Contemporáneo: Vida Pública y Privada. Senado de La República. México, 2014.

-Orwell, G. 1984. Barcelona: De bolsillo. 2013.

-Páez Díaz de León, L. El Rompecabezas de la Estructura en Psicoanálisis. Vertientes Contemporáneas del Pensamiento Social Francés. México: Escuela Nacional de Estudios Profesionales, Campus Acatlán, 2002.

-Roth, V. Divergent. Océano, 2013.

-Žižek, Slavoj. En Defensa de la Intolerancia. Barcelona: Editorial Diario Público, 2010.

-Žižek, S. La Matrix o las dos Caras de la Perversión. Inside the Matrix: Simposio Internacional en el Centro de Arte y Medios, Karlsruhe, 28 de octubre de 1999.

 

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